XV
GEORG FRIEDRICH HAENDEL
Su
vida
Su
obra
Las
óperas
Los
oratorios
Anthems
y otras obras religiosas
La
música vocal de cámara
La
música instrumental
Su
influencia
Paralelo
entre Bach y Haendel
Su vida
Georg Friedrich Haendel nació en Halle (Turingia, Alemania)
en 1685 (un mes antes que Johann Sebastian Bach). Murió en Londres en
1759.
Desde
la edad de cuatro años se reveló su extraordinaria vocación musical.
El padre, que era cirujano-barbero del Duque de Sajonia, se oponía a
que su hijo estudiase música, más el niño, burlando la vigilancia paterna,
logró en poco tiempo aprender a tocar el clave. Tenía siete años Georg
Friedrich cuando tuvo la suerte de que el Príncipe regente de Weinsenfels
lo oyera tocar el órgano; y fue así como, a instancias de este personaje,
obtuvo el niño que su padre le permitiera seguir estudiando música.
Tuvo por maestro a Zachow, hombre de gran cultura y conocedor de toda
la música europea contemporánea. Bajo su dirección progresó notablemente
Haendel, no sólo en la composición sino también en la ejecución de diversos
instrumentos, el violín y el oboe entre otros. Tenía Georg Friedrich
doce años cuando murió su padre. Para esa época ya había compuesto sus
primeras obras: Seis sonatas para
oboe y bajo. En 1702, acatando la voluntad de su padre, Haendel
se inscribió en la Facultad de Derecho de la Universidad de Halle. Entre
tanto, había sido nombrado organista de la catedral de dicha ciudad
y seguía componiendo numerosas cantatas y adquiriendo fama por su extraordinario
talento de improvisador. Al año siguiente se decidió a abandonar definitivamente
los estudios jurídicos y se marchó a Hamburgo, donde la vida musical
se desarrollaba activamente, sobre todo en el campo de la ópera nacional.
Pronto trabó amistad con Matheson, compositor y crítico afamado, quien
le ayudó a entrar como segundo violín en la ópera que dirigía Keiser.
Tres años permaneció Haendel en Hamburgo, durante los cuales compuso
y estrenó con éxito su primera ópera: Almira,
a la que siguieron otras tres. Las luchas y rivalidades que pronto sobrevinieron
entre Haendel y los principales compositores de la ópera hamburguesa
(hubo, incluso, un duelo entre Haendel y Matheson), le hicieron ingrato
el ambiente de la ciudad, por lo que decidió el joven compositor partir
para Italia. Entre los años 1706 y 1710 estuvo recorriendo las ciudades
de Florencia, Roma, Venecia y Nápoles, en donde tuvo ocasión de conocer
a músicos tan eminentes como Alessandro y Domenico Scarlatti, Lotti,
Steffani, Corelli, Marcello, Pasquini, etc. En Florencia estrenó con
mucho éxito su ópera Rodrigo (1708) y en Venecia la ópera Agripina (1709), ambas de estilo italiano conforme al gusto de la época. Datan
de esos años también un oratorio, varias cantatas y otras obras menores.
De regreso a Hanover en compañía del compositor y diplomático Agostini
Steffani, en 1710, fue nombrado director musical del Príncipe elector
de aquella ciudad. Poco después, habiendo aceptado una generosa invitación
que le hicieran desde Londres, se trasladó a la capital inglesa donde
estrenó su ópera Rinaldo, compuesta en 15 días. Tras un
regreso temporal a Hanover, adonde lo llamaban sus obligaciones para
con el Príncipe, decidió al año siguiente volver a Londres, cuyo ambiente
musical le atraía sobre manera. Allí terminó por radicarse definitivamente.
La
vida activísima que llevó Haendel en Londres está llena de toda clase
de luchas e incidentes. Por muchos años tuvo que hacerle frente a las
intrigas y rivalidades de críticos, compositores y cantantes, no obstante
haber contado siempre con la protección oficial y de haber sido nombrado
compositor de la Corte, con el estipendio anual de 200 libras esterlinas.
Durante varios años se alojó en el Castillo del Duque de Chandos (cercano
a Londres); allí compuso muchos de sus célebres anthems y numerosas obras instrumentales. A partir de 1719, habiéndose fundado
la Academia Real de Música, subvencionada por el Rey, Haendel se consagró
a organizar y hacer prosperar esa institución. Durante nueve años que
duró la Academia, compuso y estrenó numerosas óperas, obteniendo casi
siempre un resonante éxito, tanto en Londres como en otras ciudades
de Europa adonde su fama se iba extendiendo cada vez más. Entre tanto,
se habían formado dos partidos en el público: el de Haendel y el de
los italianos, con Bononcini a la cabeza. Haendel resultó a la larga
triunfador, más, por otra parte, la Academia Real de Música fracasó
económicamente y ésta tuvo que disolverse en 1728. Dos años antes, Haendel
se había naturalizado súbdito inglés. Para remediar la situación, Haendel
resolvió fundar una nueva Academia Real de Música, aportando esta vez
10.000 libras de su peculio particular. Así prosiguió luchando durante
varios años, haciéndole frente a cuantas dificultades se presentaban,
sin dejar por ello de seguir componiendo y montando nuevas óperas, a
la vez que hacía ejecutar con frecuencia en diversas solemnidades, obras
instrumentales, oratorios y música religiosa. Agotado por tan excesivo
trabajo, terminó por enfermarse gravemente. Le sobre vino una parálisis
en el lado derecho del cuerpo, lo que le obligó a permanecer temporalmente
inactivo. Pocos meses bastaron para su curación. Vuelto al trabajo,
Haendel, sin abandonar la ópera, se entregó principalmente a la composición
de algunos de los grandes oratorios que habían de darle tanta fama.
En 1741, arruinado y desesperanzado, resolvió retirarse definitivamente
de sus públicas actividades. Este nuevo período de su vida se inicia
con la composición de El Mesías,
el más célebre de sus oratorios, escrito en tres semanas y estrenado
el año siguiente (1742) en Dublin y poco después en Londres. Tan resonante
fue el éxito alcanzado por esta obra maestra, que en lo sucesivo Haendel
pasó a ser considerado por los ingleses como un compositor nacional.
A ello contribuyó también el estreno de su imponente Occasional
Oratorio. Hasta el año de 1751 Haendel continuó componiendo oratorios,
obras monumentales que suscitaron la admiración de sus contemporáneos.
El último de ellos, Jefté,
fue compuesto a la edad de 66 años (1751). Mientras lo escribía le sobrevino
la ceguera. Logró terminarlo, más a partir de entonces, ya no pudo volver
a componer sino alguna que otra obra de reducidas proporciones. Los
últimos años de su vida los dedicó a tomar parte como organista en la
ejecución de sus oratorios y a hacer obras benéficas, entre las que
se cuenta la fundación de un hospital para niños expósitos. Halagado
y admirado por toda la Europa musical, murió en Londres el 14 de abril
de 1759. Fue enterrado con los máximos honores en la Abadía de Westminster.
Su obra
Comprende música vocal y música instrumental. A la
primera categoría pertenecen: las óperas, los oratorios, los anthems
y otras obras religiosas, y la música vocal de cámara.
Las óperas
Se conservan 40 óperas de Haendel, la mayoría de las
cuales fueron compuestas en Londres. En este vasto repertorio se hallan
representados los estilos de todas las óperas que la moda había impuesto
en Europa. La influencia de la ópera hamburguesa se pone de manifiesto
en su primera ópera: Almira (1704). En las óperas Rodrigo y Agripina (1707-1709) comienza a advertirse la influencia italiana,
preponderante en casi toda la producción operística de Haendel. Algunas
de sus mascaradas, pastorales y operas-ballet, revelan más bien la influencia
de Purcell o la de Lully. Todas estas obras presentan las cualidades
y defectos del género, tal como era éste concebido por los compositores
de entonces. Si Haendel no fue, pues, en este terreno un innovador,
nos dejó a lo menos en sus óperas un valioso tesoro de melodías muy
hermosas y de impecable estilo. Sus arias, a veces muy audaces, presentan
todas las variedades de formas que en su tiempo se acostumbraban: arietas
de una sola frase, arias bipartitas, arias con da capo, grandes escenas
recitativas acompañadas por la orquesta, como la famosa escena de la
locura de Orlando en la ópera de Orlando (1733), entre otras. La música y el texto guardan siempre gran correlación
en todas estas óperas. En cuanto a los coros, son muy superiores a los
que suelen figurar en la producción operística contemporánea. La orquesta
tiene a veces efectos interesantes por su novedad, y se da el caso de
que Haendel llegue a emplear dos orquestas, una en la escena y otra
en la sala. Entre las óperas más notables de Haendel son de citar: Rinaldo (1711); Radamisto (1720); Julio César (1724); Orlando (1733); Jerjes (1738), a la
que pertenece el célebre Largo, melodía que ha sido transcrita para
toda clase de instrumentos.
Los oratorios
Con Haendel, el oratorio se transforma en un inmenso
poema descriptivo, épico y dramático a la vez. En estas obras se encuentra
la misma variedad de formas y de inspiración que en sus óperas, sólo
que hay más sinceridad en la expresión de los sentimientos y en la pintura
de los caracteres. Los coros, siempre íntimamente ligados a la acción,
son realmente insuperables y constituyen por lo general el elemento
preponderante y el más expresivo de esos grandes poemas musicales.
Haendel
compuso 33 oratorios o composiciones de forma oratorial, los cuales
pueden agruparse en tres categorías: 1) Los de argumento bíblico con
personajes especificados. Estos suman 14, entre los que sobresalen: Ester, Débora, Saúl, Sanson, Judas Macabeo, Josué, Salomón y Jefté. 2) Los
de argumento bíblico sin personajes especificados. Son dos: Israel en Egipto y El Mesías. 3) Los de argumento profano, tales como Acis y Galatea, Semele, La Elección de Hércules, La fiesta de Alejandro, El
Alegre, el Pensativo y el Moderado, que se cuentan entre los mejores.
A éstos hay que agregar el llamado Occasional Oratorio. Particularmente notables
son, entre los oratorios bíblicos: Israel
en Egipto (1739), el cual consta de 30 números. Esta obra colosal
es un atrevido ensayo de oratorio casi exclusivamente coral. La primera
parte se refiere a las plagas de Egipto, al paso del Mar Rojo, etc.;
la segunda, al agradecimiento de Moisés y de su pueblo. Debido a sus
enormes proporciones y a las grandes dificultades de ejecución que presenta,
fracasó en su tiempo. Judas Macabeo (1747), por su carácter popular
y la eficacia evocativa de sus coros, tuvo mucha influencia en su época,
ya que se ajustaba mejor que otros al espíritu de las masas. Lo mismo
cabe decir del Occasional Oratorio (1746), compuesto y estrenado en momentos de efervescencia política.
A Sansón (1743) se le considera como uno
de los más perfectos y acabados. Sus principales personajes, Sansón
y Dalila, están nítidamente caracterizados con motivos patéticos; hay
gran variedad de expresiones y los coros son de extraordinaria eficacia. El Mesías, por último, es el oratorio de Haendel que ha alcanzado
mayor celebridad y el único que sigue ejecutándose con regularidad en
nuestros días. Comprende tres partes, precedidas de una obertura. Contiene
14 arias, 13 recitativos, 2 ariosos, un dúo y 21 coros a 4 voces. Es
una especie de epopeya del género humano redimido por Cristo. Haendel
prescinde aquí del diálogo, del narrador y de los personajes reales
o especificados y se entrega a cantar poéticamente, con palabras sacadas
de la misma Biblia, algunos de los acontecimientos más resaltantes del
Antiguo y del Nuevo Testamento. La primera parte alude a la preparación
y nacimiento de Cristo; la segunda se refiere a la pasión y muerte del
Redentor, parte que finaliza con la célebre Alleluya; la parte final es una relación
sobre la muerte de Jesús y la Resurrección; termina con una fuga grandiosa
sobre la palabra Amen.
Anthems y otras obras
religiosas
Desde la época de la Reina Isabel, los músicos ingleses
designaban con el nombre de Anthem ciertas composiciones litúrgicas
en estilo de motete sobre textos traducidos de la Sagrada Escritura
o de autores sagrados, las cuales debían ser ejecutadas al final de
los oficios matutinos o vespertinos. En tiempos de Haendel, el Anthem
ofrecía formas muy variables; a veces un solo coro y un solo movimiento;
o bien, como en el gran motete de los músicos franceses, o en la cantata
de iglesia alemana, una sucesión de solos y conjuntos más o menos numerosos
según la longitud del texto elegido. El anthem viene a ser, pues, una
especie de cantata religiosa. La mayor parte de los anthems de Haendel fueron compuestos durante
su estada en la residencia del Duque de Chandos. Los más importantes
son: El Anthem fúnebre, el Nupcial y el de la Coronación, son obras admirables, muy libres y a veces grandiosas.
Se observa en ellas un curioso empleó del Coral. En total, Haendel compuso
21 anthems. A la categoría de música religiosa pertenecen también los Te Deum, el más célebre de los cuales es el de Utrech y algunos motetes y salmos latinos.
La música vocal de cámara
Es toda de carácter profano. Comprende más de 70 cantatas
italianas, varios dúos y tríos con acompañamiento de clave o de pocos
instrumentos. Son obras menos importantes que los oratorios profanos.
La música instrumental
Fue compuesta toda antes de 1740. Es característico
de todo este repertorio la admirable fusión que logra Haendel de los
estilos italiano, francés y alemán, con mezcla también del estilo pomposo
de la música inglesa. Las obras de cámara comprenden numerosos solos
de flauta, oboe o violín, con acompañamiento de bajo continuo. Hay también
sonatas para estos mismos instrumentos. Son obras de admirable perfección
técnica y de estilo muy puro. La música para orquesta presenta una interesante
variedad: conciertos para oboe y cuerdas o para diversos solistas y
orquesta de cuerdas; las Música para los Reales Fuegos Artificiales (Fireworks Music) y la Música Acuática (Water Music), y, por último,
los Concerti grossi. Estos
últimos son particularmente interesantes por la manera original como
están tratados los instrumentos. En casi todas estas obras se nota una
marcada predilección por el oboe, instrumento que había estudiado Haendel
y cuyo característico timbre le imprime al conjunto un sello inconfundible.
La Música para los Reales Fuegos Artificiales fue compuesta para festejar al aire libre la Paz de Aquisgrán; es una
brillante fantasía para instrumentos de viento, la cual comprende una
serie de pequeños trozos precedidos de una obertura. En la Música Acuática, escrita
con ocasión de un paseo del Rey por el río Támesis, supo Haendel aprovechar
muy bien el estilo y las modalidades de las danzas y cantos populares
ingleses. En estas obras brillan las cualidades fundamentales del genio
handeliano: la grandiosidad del estilo, la claridad del ritmo y cierto
carácter como de perpetua improvisación, llena de vitalidad, que encierra
su música.
En
número de veinte, los Conciertos
para órgano y orquesta son ciertamente lo más notable de Haendel
en el campo de la música instrumental. Forman por ello una categoría
aparte. Son obras sumamente personales que casi no tienen precedentes,
si bien no puede negarse que su estilo deriva del estilo instrumental
italiano de la época. En su estructura se advierte la preocupación de
Haendel, insigne organista, por hacer resaltar el órgano con todas las
sutilezas o la gran potencia de su sonoridad. Constan generalmente de
cuatro movimientos. En algunos de ellos está tratada la fuga magistralmente.
La
música para clave comprende caprichos suites, sonatas y fugas. En las
suites es de notar a menudo la influencia de la suite francesa, de carácter
pintoresco y descriptivo. Estas obras tienen menos valor que el resto
de la producción instrumental del mismo autor.
Su
influencia
Haendel ejerció una poderosa influencia sobre sus contemporáneos e inmediatos
sucesores. Bach copiaba y estudiaba sus obras; Gluck lo respetaba profundamente;
Haydn decía de él: “Es el padre de todos nosotros”. También Mozart y
Beethoven lo estudiaron a fondo. Este último llegó a escribir: “Entre
los antiguos, tan sólo Haendel el alemán y Sebastian Bach tuvieron genio...”
Liszt, por último, saludaba en Haendel al precursor de la música descriptiva.
Hoy día, sin embargo, puede decirse que Haendel no ejerce influencia
alguna sobre la música de nuestro tiempo.
Paralelo entre Bach y
Haendel
Similitudes.
Los dos grandes maestros alemanes, Bach y Haendel, resumen en su obra
colosal todo lo que las generaciones anteriores habían lentamente adquirido,
acumulado y desarrollado. Eran de la misma edad: Bach 27 días mayor
que Haendel. El uno provenía de Eisenach, el otro de Halle; dos pequeñas
ciudades de la Turingia (Alemania Central), situadas a pocos kilómetros
la una de la otra. Ambos fueron educados en el seno de la religión luterana.
Durante su vida fueron reputados como los dos más célebres organistas
del siglo XVIII. En los últimos años de su vida, contrajeron ambos la
ceguera.
Discrepancias.
Haendel, el músico cosmopolita cuyo nombre alcanzó mayor brillo en su
época, viajó por muchos países, permaneció soltero toda su vida y murió
rico y colmado de honores. Era un hombre mundano, exuberante, lleno
de vitalidad. Con ánimo combativo tomó siempre parte en las contiendas
musicales y económicas. Para él constituía una necesidad vital ser reconocido
y aplaudido en todas partes.
Bach,
místico, contemplativo, nunca abandonó su suelo natal. Se conformó casi
toda su vida con ser un simple Cantor (maestro de capilla) típicamente
alemán, entregado modestamente a cumplir con las rutinarias obligaciones
oficiales que su posición de subalterno le imponía. Indiferente al aplauso
de las multitudes, si llegó a alcanzar alguna celebridad fue en el ámbito
reducido de su propio país. De sus dos matrimonios tuvo numerosos hijos,
algunos de los cuales, como Carl Philipp Emanuel y Johann Christian,
fueron músicos notables, de fama europea.
El
lenguaje musical de Haendel es claro y particularmente apto para la
expresión de la música vocal, solística o coral, sobre todo si ésta
es de carácter épico, heroico. Haendel compone con rapidez; encuentra
y desarrolla con pasmosa facilidad sus temas musicales. En su armonía
o su polifonía predomina la consonancia. Es la música italiana de su
tiempo la que tiene mayor influencia sobre su producción, sobre todo
el género de la ópera, que cultivó con pasión.
Bach,
tan humilde siempre y tan fervoroso, es un músico fundamentalmente lírico.
Para él la música era el medio de expresión natural de sus sinceras
y profundas convicciones religiosas. Su escritura musical, de una increíble
riqueza, tiende por lo general a ser complicada, particularmente en
los últimos años de su vida. Sabe sacarle un gran partido expresivo
a la disonancia. Predomina en él la sensación instrumental del sonido,
aun cuando escribe para las voces, solas o en conjunto. Tal vez por
ello y por razones de temperamento, nunca abordó el género de la ópera.
Su música, no obstante haber sufrido la influencia de los más grandes
compositores alemanes, italianos y franceses de su tiempo, se reconoce
en seguida por el sello personal inconfundible que siempre tiene.
Mientras
el lenguaje musical de Haendel nos resulta hoy a menudo anticuado, el
de Bach se revela siempre actual y mucho más a tono con la sensibilidad
de nuestros músicos contemporáneos.
Notas del Editor
Las fuentes de las diferentes citas que aparecen en este
trabajo no están indicadas en los originales.
Al utilizar parte de este material se agradece citar la
siguiente fuente:
Plaza, Juan Bautista: Escritos Completos.
Compilador y editor Felipe Sangiorgi. CDROM. Fundación Juan Bautista
Plaza, Caracas, 2004
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