II
La canción popular
Voy a comenzar hablando de la canción, por ser este el
género musical más primitivo y sencillo de todos. Cuando se oye nombrar
ciertos géneros de composición, tales como una sonata, una sinfonía,
una fuga... es evidente que la mayoría de las personas no sabrá precisar
qué clase de obras son las que suelen designarse con estos vocablos
más o menos técnicos. Hay que acudir a un diccionario o a un músico
para que nos expliqué su significado. No sucede lo mismo con la palabra
canción: todo el mundo es capaz de dar una explicación más o menos acertada
de lo que ella es. En el terreno de la música, la canción representa
algo así como el pan cotidiano, es una sencilla manifestación de arte
que está al alcance de todos. Todo el que viva en sociedad —por primitiva
que ésta sea— encontrará siempre a su alrededor personas que cantan.
Además por poco oído, por poca afición que se tenga a la música, creo
que no hay nadie que no haya intentado siquiera una vez en su vida,
cantar alguna canción o aire popular. Porque el hecho de cantar, solo
o acompañado, constituye verdaderamente una necesidad que el hombre
ha sentido en todas las épocas y en todos los sitios de la tierra; una
necesidad análoga a la que todos tenemos de gesticular o accionar cuando
hablamos, lloramos o reímos...En los niños puede observarse cómo se
revela espontáneamente esta necesidad de cantar; el canto es para ellos
una forma de distracción y de juego. Esta espontaneidad se va perdiendo
a medida que el niño crece; pero debemos observar que, en las sociedades
primitivas, los hombres no pierden el hábito de cantar que adquirieron
durante su infancia y es por ello por lo que en tales grupos humanos
la canción y la música en general desempeñan una función social mucho
más noble e importante que en las sociedades más avanzadas o más maduras.
Frente a todos los fenómenos de la naturaleza, lo mismo
que en todos los actos importantes de la vida, el hombre ha sabido siempre
exteriorizar por medio del canto sus emociones. La enorme variedad de
tipos de canciones que existe corresponde, pues, a la no menos extraordinaria
variedad de las emociones humanas. La más antigua, la más honda de todas
esas emociones, la del hombre ante el misterio de la Divinidad, la emoción
religiosa, ha producido por sí sola un vasto repertorio de canciones,
en las que se traducen todos los matices de la fe, desde la fe del hombre
primitivo que adora al Sol, porque ve en este astro el símbolo de la
Divinidad Suprema, hasta la rica fe interior del místico puro y desligado
de toda superstición.
Creo que sería muy interesante para todos, comenzar las
ilustraciones musicales de esta lección con un ejemplo muy valioso de
una de esas canciones religiosas primitivas a que vengo refiriéndome.
Se trata de un Himno al Sol de los antiguos habitantes
del Perú. Según parece, este himno lo cantan todavía en secreto, algunos
grupos indígenas que habitan en ciertas regiones de la sierra peruana.
El texto, cuyo original está en idioma quechua, dice así:
Luz
esplendorosa, luz radiante,
alumbra a tus hijos.
Sobre el tropel de tus hijos todos, reunidos,
brilla ¡Sol mágico, alúmbralos!
Sobre nosotros tus hijos, congregados,
¡Brilla y reina! ¡Oh Luz, reina
sobre nosotros!
Nótese la gravedad y sencillez de esta melodía, sobre cuya
antigüedad no es posible decir nada preciso.[1]

Ejemplo musical:
(audio
disponible solo en la versión en CDROM)
Himno al Sol de los antiguos habitantes
del Perú.
Esta sencilla canción nos revela por lo menos dos cosas
importantes:
1) La seriedad que reviste el canto y la música en los pueblos
antiguos; el carácter de verdadera plegaria u oración que tienen ciertas
melodías sagradas por medio de las cuales exterioriza el hombre sus
sentimientos de adoración a la Divinidad.
2) El carácter contemplativo y la espiritual serenidad de
los individuos que integraban aquella civilización indoperuana; características
raciales que han quedado expresadas con tanta fidelidad, en las pocas
notas que constituyen ese Himno al Sol.
He aquí, pues, cómo, oyendo una antigua canción religiosa
podemos evocar, tal vez mejor que por medio de cualquier relato histórico,
algunas de las altas cualidades morales que debieron poseer aquellos
primeros pobladores de nuestro continente, cuya civilización, enclavada
en las altas cimas de los Andes, terminó desgraciadamente por desaparecer.
Con este sencillo ejemplo inicial, podemos empezar a darnos
cuenta de todo lo que es capaz, de encerrar o de significar una simple
canción. Una canción, por trivial que sea, representa siempre una especie
de compendio o de síntesis de muchas cosas. En efecto, a través de la
canción se llega a expresar un determinado estado de ánimo, que puede
ser de tristeza, alegría, exaltación, humorismo, etcétera, o a revelar
el medio o la civilización en que dicha canción ha nacido, la época
más o menos antigua, más o menos actual a que pertenece, el grado de
refinamiento o la vulgaridad de su autor o de los que la interpretan...
Todo esto está como aprisionado en las pocas notas de una canción. De
allí la infinita variedad de canciones que existen en el mundo, variedad
tan grande como la de los mismos tipos humanos. Lo mismo que a los hombres,
podemos clasificar a las canciones por nacionalidades; así diremos que
hay canciones venezolanas, españolas, peruanas, rusas, chinas, australianas,
etc. Cada uno de estos conglomerados humanos vive una vida propia, una
vida típica, con hábitos, costumbres maneras de vestir, de comer y hasta
de andar que no se parecen a los de ningún otro grupo humano, y cada
uno de estos pueblos tiene sus canciones típicas, también inconfundibles.
Demos un ejemplo entre los más conocidos de estas canciones eminentemente
representativas de un pueblo, de una civilización: la celebrada canción
rusa de los Boteros del Volga. En varias ocasiones la hemos oído,
porque es una canción que se ha hecho muy popular en todo el mundo,
pero hoy, a medida que la escuchemos de nuevo, vamos a tratar de ver
en ella la expresión típica o el estado de ánimo especial de cierto
grupo humano cuyos idiomas, costumbres, régimen de vida, situación política,
etc., son muy distintos de todo lo que a nosotros nos es familiar.

Ejemplo musical:
(audio
disponible solo en la versión en CDROM)
Canción de los Boteros del Volga. Popular
rusa.
¡Qué contraste tan grande vamos a observar ahora si, junto
a esta nostálgica canción proveniente de un país de crudos inviernos,
situado al este de Europa, oímos en seguida la expresión musical de
un pueblo como el español y de una región como Andalucía, tierra meridional,
tierra de luz y de sol, habitada por gente vigorosa, de pasiones exaltadas,
ojos negros, tez morena, sangre ardiente: todo esto habremos de hallarlo
en los hermosos cantares de la Madre Patria, tan admirablemente estilizados
por el gran músico español Joaquín Turina.

Joaquín Turina, pianista y compositor español
(Seilla, 1882 - Madrid, 1949)
Ejemplo musical:
(audio
disponible solo en la versión en CDROM)
“Cantares” de los Poemas en forma de canciones,
de Joaquín Turina.
Contrastes tan marcados como el que nos ofrecen estas dos
canciones, provenientes de dos pueblos tan diferentes el uno del otro,
podríamos hallarlos por centenares si nos pusiéramos a espigar en el
repertorio que nos brinda cada país de la tierra. Sería este un viaje
musical tan pintoresco como darle la vuelta al mundo. Pero hay todavía
algo más interesante que observar, y es que no necesitamos salir de
un mismo país para encontrar notables diferencias de estilo entre los
varios tipos de sus canciones. En efecto, así como cada región o provincia
tiene sus características geográficas, así tiene también cada una de
ellas su expresión musical propia, la cual se traduce en canciones y
aires de danzas peculiares.
Ya que tuvimos la buena idea de meternos en España, país
rico en canciones, permanezcamos un rato más allá, pero no en el sur,
Andalucía, sino subamos ahora hacia el norte, internémonos en la región
vasca y oigamos una de esas alegres canciones corales que son a la vez
aires de danzas populares: nos dará la impresión de que hemos penetrado
en otro país. Me refiero a la danza vascuence titulada Biri-Biri,
de una alegría franca y campechana.

Ejemplo musical:
(audio
disponible solo en la versión en CDROM)
Biri-Biri, danza vasca.
Toda esta gran variedad de canciones la observamos tomando
en cuenta únicamente esa primera clasificación muy general que hemos
hecho, basada en la geografía; es decir, reconocemos que hay tantos
estilos y géneros de canción como países en el mundo. En las lecciones
sucesivas hablaré de otras muchas clasificaciones que pueden establecerse.
Y todo esto será para demostrar cómo la canción representa verdaderamente
un mundo, un mundo sonoro en el cual se revelan hasta los más mínimos
matices del sentimiento humano, en toda su variedad de expresiones,
desde los más vulgares y rastreros hasta los más puros y sublimes. Da
tristeza por ello, contemplar la profunda ignorancia que demuestra la
mayoría de la gente respecto a lo que es la música; y no digamos la
alta y refinada música, sino la simple música corriente, esta sencilla
canción popular de la que estamos tratando. El deplorable ambiente moral
y estético en que vivimos ha terminado por crear tal estrechez de criterio
en infinidad de hombres y mujeres, que éstos se muestran incapaces de
extender su visión de lo que es la música y el arte en general, un poco
más allá del círculo limitadísimo en que los mantiene encerrados la
frivolidad del medio circundante.
¿Qué otra cosa puede significar, por ejemplo, ese fervoroso
entusiasmo popular o populachero que despiertan infaliblemente ciertas
canciones que de la noche a la mañana comienzan a difundirse con extraordinaria
facilidad y rapidez, canciones de un sentimentalismo ridículo o de una
vulgaridad intolerable, qué otra cosa, digo, puede significar eso sino
una ausencia total de gusto y una facilidad asombrosa para dejarse conquistar,
dominar por las apariencias de todo aquello que se nos quiere hacer
pasar como fino bombón artístico? Convengo en que no es posible dejar
de oír a menudo ciertas músicas muy tontas o muy vulgares —pues no vivimos
ni tenemos esperanza de vivir por ahora en el Edén ni en mundo que se
le parezca—, pero una cosa es ver en esa música una de tantas modas
sin importancia ni trascendencia alguna, y otra cosa desvivirse por
escucharla en todo momento, como si ella fuera algo así como una revelación
o el non plus ultra de lo bueno. No exagero. Sé de gente, por ejemplo,
que se indignó —literalmente indignada— cuando supo que se había dado
una orden para prohibir que se siguieran trasmitiendo por radio ciertas
vulgares canciones de moda. No es mentira: alguien exclamó textualmente:
“¡Bendito sea Dios! ¡Esto es lo que se llama un país democrático...!”.
Ciertamente, es lamentable que haya ciudadanos que se apesadumbran
tanto porque no pueden seguir oyendo cantar canciones de esa índole.
Mucho más gusto nos daría, según creo, otra clase de demócratas: aquellos,
por ejemplo, que se quejaran de que jamás se oye en ninguna parte entonar
canciones patrióticas en las que se ensalcen las virtudes de una República
tan gloriosa y viril como la nuestra. Contra ese deplorable estado de
cosas hay que ir reaccionando poco a poco. El alma de un pueblo se revela
de muchas maneras y en muchas cosas, a veces en cosas que son en apariencia
insignificantes, cosas a las que no suele uno atribuirles importancia
alguna. Así sucede, por ejemplo, con los cantos o la clase de música
por la que muestra predilección ese pueblo. Parafraseando un refrán
célebre, podríamos decir: “Dime lo que cantas y te diré quién eres”.
De aceptar esto como una verdad, sería muy interesante iniciar una especie
de encuesta para averiguar lo que a la mayoría de nuestros compatriotas
le gusta cantar u oír cantar. Es de presumir que el resultado de tal
investigación no sea muy halagador, pero no me parece que a la gente
le sea tan difícil esmerarse un poco en refinar sus gustos artísticos.
El todo es sentir la necesidad de ello. ¿Y cuándo habremos de sentir
esta necesidad? Tan luego como empecemos a darnos cuenta de que hay
muchas cosas hermosas en el mundo que están siempre a nuestra disposición,
a disposición de todos.
En el curso de esta lección he tratado de señalar, por
medio de marcados contrastes en los ejemplos musicales, las diferencias
tan notables que existen entre las canciones de uno u otro país. Podríamos,
asimismo, hallar no menos variedad si nos pusiésemos a comparar la forma
y el espíritu de la canción según las diferentes épocas históricas en
que ésta ha florecido. Y esta variedad la hallaremos siempre dentro
de cualquier tipo de clasificación que establezcamos. Todo lo cual puede
ser materia para las lecciones venideras. No quisiera terminar, sin
embargo, sin ofrecer un último contraste, tan interesante como los que
hasta ahora he señalado. Hace un rato hablé de cómo puede una canción
traducir la íntima emoción religiosa del hombre primitivo y di un curioso
ejemplo de música incaica en el que se manifiesta elocuentemente esta
clase de emoción superior. Pues bien, pasemos ahora del indio al negro
y veamos cómo manifiesta musicalmente este último sus sentimientos religiosos.
La diferencia es tan grande como la que separa, en todo sentido, a estas
dos razas tradicionales. Oigamos una de esas canciones típicas llamadas
spirituals que cantan los negros de Norteamérica. Con esta clase de
canciones, provenientes de la época infausta de la esclavitud, el negro
se dirige a Dios para expresarle sus sentimientos de devoción y sus
esperanzas de llegar a alcanzar algún día la anhelada libertad.
De esta manera concluiremos esta rápida excursión preliminar,
tan llena de sorprendentes contrastes, que hemos emprendido a través
del país de la canción. Próximamente seguiremos explorando otros parajes
de ese mundo tan poblado y tan lleno de sorpresas. Un dato curioso que
ruego observar a propósito de este spiritual: nótese cómo algunos elementos
de esta música ingenua, no obstante ser ella de inspiración religiosa,
han pasado nada menos que a la música del jazz: ciertas síncopas, ciertos
giros melódicos... Todo esto es sumamente interesante.

Ejemplo musical:
(audio
disponible solo en la versión en CDROM)
Swing low sweet Chariot. Spiritual negro
de los Estados Unidos.
Notas
del Editor
Las fuentes de las diferentes citas que aparecen en este
trabajo no están indicadas en los originales.
1.- Nos ha sido imposible identificar y ubicar alguna
grabación, partitura o referencia sobre este himno en la discografía
moderna o entre diversos escritos musicológicos que tratan sobre el
tema. Desconocemos la fuente de donde Plaza toma la información y la
grabación. [Regresar]
Al utilizar parte de este material se agradece citar la
siguiente fuente:
Plaza, Juan Bautista: Escritos Completos.
Compilador y editor Felipe Sangiorgi. CDROM. Fundación Juan Bautista
Plaza, Caracas, 2004 |