III
La canción el la época del Renacimiento.
El madrigal en Italia
En la lección pasada dije que la sorprendente variedad de
canciones se debe a que en la canción se revela de la manera más viva
y espontánea el alma profunda, íntima, de un pueblo.
Tendremos ahora ocasión de comprobar nuevamente esta verdad,
así como el hecho no menos cierto de que la canción es capaz de traducir
el espíritu de una determinada época de la historia.
Remontémonos, pues, un poco en la historia, hasta llegar
a una época que pueda ofrecernos algunos ejemplos interesantes y bien
característicos que nos sirvan para ilustrar el tema que me propongo
tratar. La Europa de los siglos XVI y XVII nos ofrece uno de los panoramas
musicales más hermosos de la historia. Efectivamente, fue en aquella
época cuando se verificó lo que pudiéramos llamar el despertar de la
canción realmente expresiva, fina, artística. No quiere esto decir que
los siglos anteriores no fueran también ricos en canciones, pero eran
canciones (como la de los trovadores medievales, por ejemplo) demasiado
primitivas o de un sabor que nos resulta hoy día bastante arcaico. Para
llegar a gustar y comprender esta música medieval, se requiere, en todo
caso, cierto grado de cultura musical. Las canciones de la época del
Renacimiento —esto es, de los siglos XVI y XVII, que son las que quiero
dar a conocer hoy— son, en cambio, obras de una belleza tan evidente
y encierran una emoción tan comunicativa, que por poca atención que
se les preste al escucharlas, han de suscitar un gran interés en toda
persona sensible a la música.
No es mi objeto tratar aquí la historia de la canción y
de los músicos de aquellos grandes siglos, sino dar a conocer, simplemente,
otro aspecto interesante de ese riquísimo género musical que es la canción.
Bajo formas muy diferentes fue tratada la canción en la
época del Renacimiento. Mientras un grupo de compositores cultivó principalmente
la canción a varias voces, es decir, en forma coral, otros compositores
mostraron predilección por la canción más sencilla, aunque no menos
artística, a una sola voz, con acompañamiento de algún instrumento.
Y esto lo observamos lo mismo en España que en Francia o en Italia.
Las manifestaciones artísticas de cada uno de estos países presenta
ya, en aquella época, rasgos muy característicos y definidos que son
el fruto de una tradición cultural de muchos siglos. Por poco que nos
fijemos no podremos nunca llegar a confundir la expresión tan diferente
que ofrecen, por ejemplo, un romance español, una canción francesa o
un madrigal italiano. Estos y muchos otros géneros de canciones de aquellos
tiempos nos revelan mejor que cualquier disquisición histórica, la honda
sensibilidad y el refinamiento artístico de una época en la que el arte
era considerado por la sociedad como un factor de inestimable valor
para la cultura del individuo. Diré, de paso, que es justamente la apreciación
de ese altísimo valor cultural del arte lo que la moderna sociedad ha
llegado a perder casi por completo. Hoy tenemos más música que nunca;
pero lo que hemos ganado en cantidad, lo hemos perdido en calidad. Una
vez más repito que contra ese torrente abrumador de música tan trivial
que amenaza ahogarnos, podemos reaccionar eficazmente. Basta para ello
que procuremos dirigir nuestras simpatías hacia muchas obras del pasado
—y del presente— cuyo conocimiento, así como el contacto frecuente que
hagamos con ellas, nos dará la evidencia de que el arte no puede reducirse
a ser un insulso pasatiempo, sino que debemos aprender a ver en él un
seguro refugio donde puede el espíritu ir a satisfacer algunas de sus
más imperiosas necesidades.
De la España del siglo XVI ha llegado hasta nosotros un
repertorio muy valioso de canciones. Las dos a que voy a referirme son
muy diferentes la una de la otra. Ambas traducen maravillosamente, cada
una a su manera, algunos rasgos característicos del alma española. La
primera de estas canciones es a tres voces: dos voces de tenor y una
de bajo. Pertenece a las canciones denominadas villancicos, palabra
que en aquel tiempo no designaba como hoy un cántico popular de Navidad
—un aguinaldo, como aquí decimos—, sino una canción profana, y a veces
también religiosa, de carácter popular (villancico viene de villano).
Fue a partir del siglo XVII ó XVIII cuando la palabra villancico
pasó a designar exclusivamente un cántico de Navidad de tipo especial.
La obra a que me refiero, titulada:Si la noche hace oscura, y llamada
con razón “la perla del Cancionero de Upsala”, es una extraña canción
amatoria, profundamente expresiva. La amante se lamenta de que la hora
de la cita, la media noche, ha pasado ya y el amigo no llega. La música
expresa con insuperable elocuencia, esa inquietud, esa impaciencia,
que por momentos llega casi a traducirse en un grito doloroso, desesperado.
El autor de esta canción, por cierto anónimo, ha sabido pintar con maestría
la intensidad, la hondura de la pasión en el alma española. La canción
consta de dos partes:
La letra de la primera parte dice así:
Si
la noche hace oscura
y tan corto es el camino
¡Cómo no venís!, amigo.
En la segunda parte, la amante exclama:
La
medía noche es pasada
La medía noche es pasada
y el que me pena no viene.
Esta segunda parte se repite, y luego, para concluir, vuelve
a cantarse la primera.
El texto no puede ser más breve y, sin embargo, esos cinco
versos han bastado para crear un pequeño poema musical que, es una verdadera
joya.

Portada de la colección de villancicos hoy conocida bajo la denominación
Cancionero de Upsala. Venecia, 1556.
Ejemplo musical:
(audio
disponible solo en la versión en CDROM)
Villancico anónimo Si la noche hace oscura,
perteneciente al Cancionero de Upsala, 1556..
A continuación voy a referirme a otra canción no menos original,
aunque de un género y un estilo completamente diferente. Trátase del
romance español Durandarte. La música de este romance, así como la de
muchos otros de la época, es de origen popular. Hay todo un repertorio
de canciones épicas que provienen de épocas anteriores y que son el
reflejo, la traducción de un pasado glorioso, cuyo recuerdo se mantiene
siempre vivo en el corazón de todo español. En el siglo XVI varios compositores
se dieron a la tarea de transcribir para canto, con acompañamiento de
vihuela, muchos de esos romances y villancicos populares. Diré de paso
que la vihuela era una especie de guitarra grande, cuyo tipo más corriente,
constaba de seis cuerdas dobles y diez trastes. Este era el instrumento
nacional por excelencia, y llegó a ser el favorito de la alta sociedad
española. La mencionada canción titulada Durandarte es, pues,
uno de esos romances para una voz con acompañamiento de vihuela, que
fueron muy populares en esa época. Forma parte de una notable colección
de obras similares titulada El Maestro, publicada en Valencia
en 1536 y cuyo autor, don Luis Milán, fue uno de los vihuelistas más
estimados de ese siglo. Nótese la gravedad y el austero lirismo con
que se evoca en esta canción al buen caballero “Durandarte”.

Luis Milán, vihuelista y compositor español
(Valencia, c. 1500 - Valencia, 1561)
Una página del Libro de Música de vihuela de mano, por Luis Milán,
Valencia, 1535.
Ejemplo musical:
(audio
disponible solo en la versión en CDROM)
Durandarte, de Luis Milán.
Espero que estos dos cortos ejemplos de música española
del siglo XVI bastarán para dar una pequeña idea de los tesoros que
encierra la historia de la canción de la Madre Patria.
Ahora pasemos a Francia. El espíritu de la música francesa
en aquel mismo siglo XVI es radicalmente distinto. También hallamos
la música coral y la canción a una voz, pero en ninguno de estos tipos
encontraremos la gravedad de expresión ni la profundidad que pudimos
notar en la canción española. El francés siempre se ha preocupado, especialmente,
por evocar, por medio de la música, todo lo que en la naturaleza constituye
un elemento poético; y en cuanto al amor, es un sentimiento que los
músicos de aquel país tratan por lo general en una forma superficial,
galante, aimable, según la típica expresión francesa. A ello se debe,
pues, que la música francesa sea, por una parte, eminentemente evocadora
y en ocasiones hasta descriptiva y, por otra, de un carácter ligero,
gracioso, o bien, francamente refinado. La poesía de la naturaleza,
como decía, ha inspirado a los músicos de Francia un género de canciones
sumamente originales y de un gran valor artístico. La canción que he
escogido como ejemplo es una de esas obras llenas de encantadora poesía
y una de las más célebres que existen en su género. Se titula El
canto de los pájaros; su autor, Clement Janequin, vivió en la primera
mitad del siglo XVI y es una de las figuras prominentes del Renacimiento
musical en Francia. Los historiadores de la música lo consideran como
el creador de este género de canción descriptiva, tan típicamente francesa. El canto de los pájaros es una canción coral, para sopranos,
contraltos, tenores y bajos, sin ningún acompañamiento instrumental.
Comienza con un estribillo que aparece periódicamente:
“Despertaos,
corazones adormecidos,
El dios de los amores os llama”.
Tal es la traducción de los versos de que consta este estribillo.
Los distintos pájaros, “que harán maravillas en este primer día de mayo”,
según dice el texto, van entrando por turno en escena. Las distintas
voces, en una forma deliciosa, imitan el canto de cada uno de ellos,
destacándose particularmente, hacia el final de la obra, el popular
coucou, o sea, el canto del cuclillo. Todo es admirable en este original
poema musical o canción-fantasía, como se le quiera llamar; pocas veces
se ha logrado evocar por medio de la música estrictamente vocal, un
cuadro de la naturaleza tan lleno de gracia y de poesía.

Clément Jannequin, compositor francés.
(Chatelleraut, circa 1485 - circa 1559)
Ejemplo musical:
(audio
disponible solo en la versión en CDROM)
El canto de los pájaros (Le chant des
oiseaux), de Clément Janequin.
El contraste entre el espíritu de esta bellísima canción
y el de las canciones españolas a que me referí anteriormente, lo notaremos
también entre la música de estos países y la de Italia.
Italia es la patria del madrigal. A fines del siglo XVI,
este género musical alcanzó extraordinario desarrollo. El madrigal es
un género de poesía que se divulgó mucho en Italia, poesía que parece
expresamente destinada al canto. El amor en su forma idílica o pastoril
era el tema predilecto de los madrigalistas primitivos, pero, con el
tiempo, casi puede decirse que no hubo asunto que no sirviera de tema
para un madrigal. Es éste, pues, un género literario musical que ofrece
una gran riqueza y variedad de expresiones. Numerosos escritores lo
trataron en muy diversas formas; entre todos estos compositores sobresalió
el genial Claudio Monteverdi, uno de los músicos más grandes de toda
la historia. La Italia musical del Renacimiento ocupa un lugar prominente
entre todos los países de Europa. El genio creador del músico italiano
se manifiesta entonces en todo su vigor y en ninguna forma de música
podemos apreciar mejor este espíritu creador, como a través del madrigal
y de lo que se denomina la monodia, o sea, un tipo especial de canto
o de aria vocal, esencialmente italiana, lo cual equivale a decir que
es esencialmente melódica. El don de la melodía, en efecto, de la melodía
que canta con sorprendente espontaneidad; el don de esa melodía natural,
sentida, hermosa: esto es lo que posee en grado superlativo el compositor
italiano. De aquí el enorme interés que ofrece la música vocal italiana
(notemos que para el compatriota de Verdi, la música es primordialmente
canto) y de aquí también el gran desarrollo que llegó a alcanzar en
Italia la canción, bajo todas sus formas y modalidades. Voy a concluir
esta lección ofreciendo dos ejemplos de madrigales. El primero, a una
voz, es muy conocido: se titula Amarilli. Su autor, Giulio Caccini,
fue uno de los creadores de la ópera, género que nació a principios
del siglo XVII. Amarilli es un madrigal amoroso, de una factura
exquisita. El sentimiento del amor se expresa aquí con una suavidad
verdaderamente idílica. Y, sin embargo, si analizamos esta desnuda melodía,
no hallamos en ella nada extraordinario, sino sencillez, una sencillez
máxima.

Giulio Caccini, cantante y compositor italiano
(Roma, c. 1548 - Florencia, 1618)
Portada de Lenvoce musiche de Giulio Caccini
Ejemplo musical:
(audio
disponible solo en la versión en CDROM)
Amarilli, de Giulio Caccini.
El otro ejemplo es particularmente hermoso. Se trata de
uno de los últimos madrigales que compuso Claudio Monteverdi: el titulado: Lamento de la Ninfa, que forma parte de la colección de Madrigales
guerreros y amorosos de este autor. En esta obra, que viene a ser
una especie de cantata breve, se oyen, armoniosamente enIazados, la
desolada voz de la ninfa traicionada por su amante y el coro de los
pastores compasivos que exclaman: “Pobrecita; no está permitido sufrir
de esa manera”. Este coro en sordina, tratado casi como un acompañamiento
instrumental, es de una gran ternura y forma un notable contraste con
las dolorosas exclamaciones de la ninfa.
Pocas obras son de efecto tan original y de una intensidad
expresiva tan grande como esta.

Claudio Monteverdi,compositor italiano
(Cremona, 1567 - Venecia, 1643)
Ejemplo musical:
(audio
disponible solo en la versión en CDROM)
Lamento de la Ninfa, madrigal de Claudio
Monteverdi.
Notas
del Editor
Las fuentes de las diferentes citas que aparecen en este
trabajo no están indicadas en los originales.
Al utilizar parte de este material se agradece citar la
siguiente fuente:
Plaza, Juan Bautista: Escritos Completos.
Compilador y editor Felipe Sangiorgi. CDROM. Fundación Juan Bautista
Plaza, Caracas, 2004 |