VIII
Música imitativa y evocativa
Hoy voy a tratar un tema nuevo, un tema muy interesante
y ameno: voy a hablar de la música imitativa. Muchas personas se figuran
que toda la música que oyen ha de describir, evocar o imitar algo, con
mayor o menor grado de precisión. Estas personas, desde luego, se equivocan,
pues si bien es verdad que a cierta clase de música se la puede calificar
de imitativa, descriptiva o evocativa, no siempre sucede así, como habré
de demostrarlo en ocasiones venideras. Para comprender bien estos diferentes
aspectos que ofrece la música, hemos de empezar por definir lo que se
entiende por música imitativa. Imitar equivale en cierto modo a copiar.
Por lo tanto, música imitativa será aquella que copie realmente algo.
Siendo así, ¿podrá la música, arte sonoro, imitar o copiar otra cosa
que no sean sonidos? Claro está que no; como tampoco puede el pintor
copiar otra cosa que no sean colores o líneas. Música estrictamente
imitativa será, por lo tanto, aquella que imita tan sólo cosas o manifestaciones
de índole sonora musical. Es de todo punto imposible que el arte de
los sonidos pueda imitar o copiar algo que no sea sonido. En esto radica
la diferencia que ha de establecerse entre lo imitativo y descriptivo
o evocativo. Decir, por ejemplo, que un compositor puede imitar musicalmente
una furiosa tempestad, es algo que no tiene sentido, ya que ni siquiera
hay sonidos musicales en una tempestad; lo que puede haber de sonoro
en ella se reduce a ruidos y la música utiliza para su expresión no
ruidos, sino sonidos precisos, sonidos musicales. Se pueden imitar a
la perfección los ruidos producidos por una tempestad, como sucede,
por ejemplo, en el cine, pero esta imitación no tiene nada que ver con
la música propiamente dicha, con la imitación musical.
Pero si un compositor no puede, sin dejar de ser músico,
imitar una tempestad, puede en cambio muy bien, evocarla. Ya esto es
otra cosa, como que evocar no es, ni mucho menos, imitar. Rossini, en
la obertura de Guillermo Tell, Beethoven, en su Sinfonía Pastoral,
han evocado una tempestad, con puros sonidos musicales. Tan distinta
es esta evocación de una imitación, de una simple copia, que si a nosotros
no nos dijesen, al oír aquellos trozos musicales, que la intención del
compositor ha sido describir una tempestad, probablemente a muchos no
se nos ocurriría relacionar aquella pieza con tempestad alguna. El arte,
pues, el verdadero arte, no copia nunca nada. Copiar algo puede a veces
ser muy útil y hasta agradable, pero ésta será siempre tarea de copistas,
no de artistas.
Después de todo lo que he dicho, parece difícil que pueda
existir una clase de música auténticamente imitativa, sin dejar por
ello de ser música, de ser arte. Sin embargo, la explicación de esto
es muy sencilla: cada vez que la música imite lo musical, esto es, se
imite en cierto modo a sí misma, dicha música puede, con toda propiedad,
calificarse de música imitativa. En la naturaleza no oímos tan sólo
ruidos y sonidos imprecisos; también oímos frecuentemente sonidos musicales,
producidos por seres animados, objetos o fenómenos de determinada índole.
El canto de los pájaros, por ejemplo, ha sido en, todo tiempo una de
las fuentes de inspiración más solicitada por los músicos. Numerosos
objetos de metal, de madera y hasta de piedra al ser percutidos producen
también sonidos, susceptibles de entrar en combinación unos con otros.
A estas propiedades sonoras de la materia se debe la existencia de los
instrumentos musicales. Cosas musicales que imitar no faltan, pues,
a nuestro alrededor. El problema grave para el músico radica en que
él dejaría de ser artista si se limitase a imitar pura y simplemente
las manifestaciones musicales que pueda hallar en la naturaleza. El
artista ha de ser siempre creador, aun cuando la aparente finalidad
de su creación sea la de imitar o copiar algo. De aquí resulta la gran
escasez existente de obras musicales que sean a la vez imitativas y
artísticas. Y aun estas pocas obras que existen, nunca pueden ser consideradas
como manifestaciones de arte superior. En los ejemplos que pronto voy
a ofrecer, se observará, además, que, junto a lo estrictamente imitativo,
el artista ha intentado, con mayor o menor tino crear cierto ambiente
o cierta atmósfera altamente evocadora.
En rigor, pues, la música no puede imitar sino la música,
lo musical. De conformidad con este principio, resulta evidente que
la imitación más sencilla, más natural que pueda realizarse musicalmente
será la de un instrumento por otro, o mejor dicho, la imitación de lo
que ejecutan uno o varios instrumentos hecho por otro u otros instrumentos.
Este instrumento imitador pudieran serlo hasta las mismas voces humanas.
Un ejemplo musical muy oportuno a este respecto es el de la graciosa
caricatura musical titulada Pífanos y Cobres —caricatura de una banda
pueblerina—, que tiene en su repertorio el Orfeón Lamas. Muchos recordarán
seguramente esa pieza, imitación vocal de una marcha de estilo popular,
que, como ejemplo característico de lo que ha de entenderse por música
imitativa, constituye uno de los mejores. Las voces aquí puede decirse
que no cantan, sino que imitan grotescamente los timbres instrumentales.
A quien oiga esta pieza no necesita explicársela que allí se trata de
la imitación de una banda: en seguida se da cuenta de ello, sobre todo
al oír la perfecta imitación del cornetín.[1]

Vicente Emilio Sojo , compositor venezolano
(Guatire, 1887 - Caracas, 1974)
Ejemplo musical:
(audio
disponible solo en la versión en CDROM)
Pífanos y Cobres, de Vicente Emilio Sojo.
La ilustración musical que voy a mencionar en seguida, aun
cuando tiene un carácter muy diferente al de los Pífanos y Cobres de Vicente Emilio Sojo, puede ser también considerada como un modelo
de música imitativa, muy finamente realizada. Es una piececita del compositor
ruso Liadov, titulada La Cajita de Música. La cajita de música
o pianito de manilla es, como todos sabemos, un instrumento callejero
muy pintoresco, ya desaparecido de nuestras costumbres. Todavía, de
vez en cuando, en los caballitos, oímos algo que nos recuerda aquellas
humildes cajitas de música que, como características esenciales, tienen
la de ser bastante desafinadas y la de no variar jamás su monótono repertorio.
Como todo, estos pianitos tienen también su poesía, digna de inspirar
a más de un compositor. Recrear esta poesía suavemente nostálgica es
lo que ha hecho con mucho talento Liadov, al imitar, con un pequeño
conjunto de instrumentos de la orquesta corriente, la sonoridad y el
típico estilo de las piezas que suelen ejecutarse en una de aquellas
cajitas de música. He aquí, pues, un fino ejemplo de música puramente
imitativa en el verdadero sentido de la palabra.

Anatol Liadov, compositor ruso
(San Petersburgo, 1855 - Novgorod, 1914)
Ejemplo musical:
(audio
disponible solo en la versión en CDROM)
La Cajita de Música, de Anatol Liadov.
Es, sin duda, muy meritorio, hacer una pieza tan fina con
tan modestos elementos.
Entre todos los ejemplos que podrían hallarse, ilustrativos
de este tema ninguno me parece tan admirable como el que nos ofrece
Maurice Ravel en el preludio de su ópera cómica que lleva por título La Hora Española. Este preludio revela un dominio magistral de
la materia sonora; es un verdadero prodigio de habilidad y de arte a
la vez. Para poder apreciar debidamente el grado de finura y la alta
calidad artística de este ejemplo de música imitativa, hablaré antes
de otra pieza, a manera de comparación; otra pieza en la cual la imitación
musical está realizada en una forma mucho menos artística, aunque no
por ello deja dicha obra de ser interesante y sobre todo muy apropiada
al fin a que ha sido destinada. Esta composición es nada menos que una
de las “sinfonías tontas” de Walt Disney, la música que acompaña a la
película El Ratón Volador. Supongo que entre la mayoría de las
personas a quienes me dirijo no habrá ninguna que no haya visto alguna
vez los célebres dibujos animados de ese genial creador que se llama
Walt Disney. Acaso sea él el único artista que ha logrado realizar de
una manera perfecta, la difícil fusión de la música y la imagen en movimiento.
En este sentido, sus películas son verdaderas obras maestras, creaciones
geniales, difícilmente superables. A la gracia del dibujo y del movimiento,
va siempre acompañada la gracia del comentario musical, sencillo, pero
elocuente, eficaz como pocos. Naturalmente, no hay que buscar en esta
música de carácter infantil, la alta inspiración ni la suprema originalidad.
Es música de cine, para chicos; con esto está dicho todo.
Por su misma índole, es natural, pues, que frecuentemente
sea esta música de carácter imitativo. Una imitación muy ingenua: el
canto de los pájaros, las risotadas de los diminutos personajes, los
rítmicos bastonazos que con frecuencia suele recibir alguno de estos
personajes, etc. Todo esto envuelto siempre en una especie de mar sonoro,
muy divertido, en el que abunda toda especie de canciones populares,
marchas, aires de danza y mil cosas por el estilo. En este Ratón
Volador mientras el protagonista nos dice, cantando, que, “quisiera
ser pajarillo y volar por los cielos”, oímos el gracioso coro de las
aves —auténtica imitación— sirviendo como de acompañamiento a aquel
canto del ratoncito. Más adelante, oímos unas risotadas, y la imitación
que de ella hacen los instrumentos de la orquesta es muy hábil. Como
se ve, la imitación musical tiene aquí un fin determinado y la obra
de Walt Disney perdería ciertamente la mitad de su valor poético, si
música y cinematografía no hicieran un solo cuerpo en todo momento.
En este trozo de la sinfonía tonta, El Ratón Volador, se podrá
apreciar una manera tonta, sí, de hacer música imitativa, pero artísticamente
eficaz, pues esta música es para niños y representa, en cierto modo,
el substituto sonoro de un cuento infantil.[2]

Walt Disney, cineasta norteamericano (1901-1966)
Ejemplo musical:
(audio
disponible solo en la versión en CDROM)
Sinfonía tonta El Ratón Volador, de Walt
Disney.
En contraposición a esta manera ingenua de hacer música
imitativa, presentemos ahora la otra manera, la del gran arte: el de
un Maurice Ravel. Este compositor francés, fallecido en 1937, es uno
de los artistas más finos y más completos de su generación. El ejemplo
musical que voy a mencionar de él es muy poco conocido. Difícilmente
puede hallarse otro, relativo a música imitativa, que supere a éste
en gracia y originalidad. En la ópera cómica La Hora Española,
de Ravel, que consta de un solo acto, todo el asunto se desarrolla en
casa de un relojero. A manera de preludio, habrá, pues, que pintar —digámoslo
así— este ambiente de relojería. Relojes por doquiera; relojes de todo
tamaño, desde los más grandes, los que anuncian las horas con campanadas,
unas lentas, otras más rápidas, hasta los pequeños relojes de mesa o
de bolsillo. Las campanas y el tictac de los relojes, lo mismo que la
cajita de música, tienen también su poesía, y una relojería no deja
de ser a veces un ambiente casi musical, por la diversidad de campanas
que, de pronto, cuando les llega la hora, empiezan a sonar allí por
todas partes, cada una con su timbre y su ritmo independientes. Pues
bien, la evocación de este particularísimo ambiente es lo que ha realizado
en forma magistral Ravel en el preludio de la referida ópera. Y esta
evocación la logra él haciendo intervenir en una forma originalísima
la música imitativa, hasta el punto de que no necesitamos de una explicación
previa para advertir en seguida que todo aquello que oímos en ese preludio
no puede ser sino imitación de lo que sucede en una relojería. Ravel,
sin embargo, no cae ni un momento en lo trivial. Desde la primera hasta
la última nota, se mantiene firme en su posición de artista, de artista
superior. Conducidos por Ravel, entremos, pues, en esa fantástica relojería,
la más poética y musical que jamás hayamos visitado.

Maurice Ravel, compositor francés
(Ciboure, 1875 - París, 1937)
Ejemplo musical:
(audio
disponible solo en la versión en CDROM)
Introducción de L’Heure Espagnole, de Maurice
Ravel.
No es Ravel el único compositor que le haya prestado atención
a la música que han sabido los relojeros encerrar en sus relojes. Ya
Haydn, en el siglo XVIII, tuvo la feliz ocurrencia de componer el andante
—o segundo movimiento— de una de sus más célebres sinfonías orquestales,
sobre un ritmo pausado que imita elegantemente el tranquilo tictac de
un reloj. A esta característica le debe esta obra el nombre de Sinfonía
del reloj, con el cual se la designa generalmente. En el caso de
este andante, no podemos, sin embargo, hablar de música imitativa propiamente
dicha. Lo que ha hecho Haydn allí, es sencillamente sugerir el infatigable
vaivén del péndulo, ese monótono tictac que oímos en todos los relojes.
Ni sonoridades de campanas, ni ninguno de los elementos musicales que
utiliza Ravel en su preludio, hallaremos, pues, en este andante. Por
lo tanto, si antes de su audición no se nos advirtiera que el compositor
tuvo en mente sugerir el balanceo de un péndulo del reloj, quizás no
se nos ocurriría pensar en ello. Advertiríamos, sí, que hay allí un
ritmo algo especial, un ritmo que se repite constantemente igual, pero
ese ritmo lo mismo podríamos suponerlo semejante al del tictac de un
reloj, como el que produciría algún aparato especial: un metrónomo,
por ejemplo, o aun el de una pausada marcha o de unas rítmicas palmadas.
La música de este andante clásico no pertenece, pues, a la categoría
de música imitativa, pero conviene de todos modos que la oigamos, no
sólo porque se trata de una hermosa creación de Haydn, de estilo muy
puro, sino también porque tal ejemplo nos servirá para entender mejor
cuanto hemos dicho sobre la diferencia que debe establecerse entre música
imitativa y música evocativa, esto es, música que se empeña en sugerir
algo no estrictamente musical. Y, por consiguiente, el mérito artístico
de esta obra del famoso compositor austroalemán no radica, como en las
piezas oídas anteriormente, en la delicada imitación de tales o cuales
elementos sonoros, sino en la belleza misma de la música, como tal,
de la música pura, independientemente de toda sugerencia extraña a ella.

Franz Joseph Haydn, compositor austríaco
(Rohrau, 1732 - Viena, 1809)
Ejemplo musical:
(audio
disponible solo en la versión en CDROM)
Segundo movimiento, Andante, de la Sinfonía
Nº 101, El Reloj, de Franz Joseph Haydn.
Notas
del Editor
Las fuentes de las diferentes citas que aparecen en este
trabajo no están indicadas en los originales.
1.- En su programa de radio original (1940), Plaza
no pudo ofrecer este ejemplo musical ya que no estaba grabado, sin embargo
aquellos oyentes que asistían con cierta regularidad a los conciertos
de verano del Orfeón Lamas, en el Teatro Municipal de Caracas, conocerían
bien la pieza. En la grabación en vivo que incluimos aquí, el "pífano"
es interpretado por un flautín o píccolo, sin embargo en las interpretaciones
del Orfeón Lamas, lo hacían silbando o bien Pedro Antonio Ramos, o bien
un zapatero al que llamaban "el loquito Muñoz". [Regresar]
2.- Las
"sinfonías tontas" de Walt Disney eran cortometrajes animados que se
presentaban en los cines justo antes de la película anunciada en cartelera.
Disney realizó su primer corto animado con sonido en 1928. En los siguientes
10 años realizó una gran cantidad de estas "sinfonías tontas", entre
las que se encuentra El Ratón Volador mencionado por Plaza. Frente
a lo planteado por Plaza y lo que se escucha en la grabación deben tomarse
en cuenta dos factores: 1º.- Disney no compuso la música de sus películas,
sino lo hicieron una gran cantidad de compositores que trabajaban para
él; 2º.- El 21 de diciembre de 1937 Disney presentó su primer largometraje
animado titulado Blanca Nieves y los siete enanos. Esta película
marcó un hito en la historia de la cinematografía y en especial de las
animaciones. A partir de ella muchas cosas cambiaron en el séptimo arte,
entre ellas la música, desde su papel e importancia en las películas
hasta el desarrollo de una concepción y estética musical especial para
la cinematografía. [Regresar]
Al utilizar parte de este material se agradece citar la
siguiente fuente:
Plaza, Juan Bautista: Escritos Completos.
Compilador y editor Felipe Sangiorgi. CDROM. Fundación Juan Bautista
Plaza, Caracas, 2004 |