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El Lenguaje de la Música
(Lecciones populares sobre música)

Juan Bautista Plaza

VIII
Música imitativa y evocativa

Hoy voy a tratar un tema nuevo, un tema muy interesante y ameno: voy a hablar de la música imitativa. Muchas personas se figuran que toda la música que oyen ha de describir, evocar o imitar algo, con mayor o menor grado de precisión. Estas personas, desde luego, se equivocan, pues si bien es verdad que a cierta clase de música se la puede calificar de imitativa, descriptiva o evocativa, no siempre sucede así, como habré de demostrarlo en ocasiones venideras. Para comprender bien estos diferentes aspectos que ofrece la música, hemos de empezar por definir lo que se entiende por música imitativa. Imitar equivale en cierto modo a copiar. Por lo tanto, música imitativa será aquella que copie realmente algo. Siendo así, ¿podrá la música, arte sonoro, imitar o copiar otra cosa que no sean sonidos? Claro está que no; como tampoco puede el pintor copiar otra cosa que no sean colores o líneas. Música estrictamente imitativa será, por lo tanto, aquella que imita tan sólo cosas o manifestaciones de índole sonora musical. Es de todo punto imposible que el arte de los sonidos pueda imitar o copiar algo que no sea sonido. En esto radica la diferencia que ha de establecerse entre lo imitativo y descriptivo o evocativo. Decir, por ejemplo, que un compositor puede imitar musicalmente una furiosa tempestad, es algo que no tiene sentido, ya que ni siquiera hay sonidos musicales en una tempestad; lo que puede haber de sonoro en ella se reduce a ruidos y la música utiliza para su expresión no ruidos, sino sonidos precisos, sonidos musicales. Se pueden imitar a la perfección los ruidos producidos por una tempestad, como sucede, por ejemplo, en el cine, pero esta imitación no tiene nada que ver con la música propiamente dicha, con la imitación musical.

Pero si un compositor no puede, sin dejar de ser músico, imitar una tempestad, puede en cambio muy bien, evocarla. Ya esto es otra cosa, como que evocar no es, ni mucho menos, imitar. Rossini, en la obertura de Guillermo Tell, Beethoven, en su Sinfonía Pastoral, han evocado una tempestad, con puros sonidos musicales. Tan distinta es esta evocación de una imitación, de una simple copia, que si a nosotros no nos dijesen, al oír aquellos trozos musicales, que la intención del compositor ha sido describir una tempestad, probablemente a muchos no se nos ocurriría relacionar aquella pieza con tempestad alguna. El arte, pues, el verdadero arte, no copia nunca nada. Copiar algo puede a veces ser muy útil y hasta agradable, pero ésta será siempre tarea de copistas, no de artistas.

Después de todo lo que he dicho, parece difícil que pueda existir una clase de música auténticamente imitativa, sin dejar por ello de ser música, de ser arte. Sin embargo, la explicación de esto es muy sencilla: cada vez que la música imite lo musical, esto es, se imite en cierto modo a sí misma, dicha música puede, con toda propiedad, calificarse de música imitativa. En la naturaleza no oímos tan sólo ruidos y sonidos imprecisos; también oímos frecuentemente sonidos musicales, producidos por seres animados, objetos o fenómenos de determinada índole. El canto de los pájaros, por ejemplo, ha sido en, todo tiempo una de las fuentes de inspiración más solicitada por los músicos. Numerosos objetos de metal, de madera y hasta de piedra al ser percutidos producen también sonidos, susceptibles de entrar en combinación unos con otros. A estas propiedades sonoras de la materia se debe la existencia de los instrumentos musicales. Cosas musicales que imitar no faltan, pues, a nuestro alrededor. El problema grave para el músico radica en que él dejaría de ser artista si se limitase a imitar pura y simplemente las manifestaciones musicales que pueda hallar en la naturaleza. El artista ha de ser siempre creador, aun cuando la aparente finalidad de su creación sea la de imitar o copiar algo. De aquí resulta la gran escasez existente de obras musicales que sean a la vez imitativas y artísticas. Y aun estas pocas obras que existen, nunca pueden ser consideradas como manifestaciones de arte superior. En los ejemplos que pronto voy a ofrecer, se observará, además, que, junto a lo estrictamente imitativo, el artista ha intentado, con mayor o menor tino crear cierto ambiente o cierta atmósfera altamente evocadora.

En rigor, pues, la música no puede imitar sino la música, lo musical. De conformidad con este principio, resulta evidente que la imitación más sencilla, más natural que pueda realizarse musicalmente será la de un instrumento por otro, o mejor dicho, la imitación de lo que ejecutan uno o varios instrumentos hecho por otro u otros instrumentos. Este instrumento imitador pudieran serlo hasta las mismas voces humanas. Un ejemplo musical muy oportuno a este respecto es el de la graciosa caricatura musical titulada Pífanos y Cobres —caricatura de una banda pueblerina—, que tiene en su repertorio el Orfeón Lamas. Muchos recordarán seguramente esa pieza, imitación vocal de una marcha de estilo popular, que, como ejemplo característico de lo que ha de entenderse por música imitativa, constituye uno de los mejores. Las voces aquí puede decirse que no cantan, sino que imitan grotescamente los timbres instrumentales. A quien oiga esta pieza no necesita explicársela que allí se trata de la imitación de una banda: en seguida se da cuenta de ello, sobre todo al oír la perfecta imitación del cornetín.[1]


Vicente Emilio Sojo , compositor venezolano
(Guatire, 1887 - Caracas, 1974)

Ejemplo musical:
(audio disponible solo en la versión en CDROM)
Pífanos y Cobres, de Vicente Emilio Sojo.

La ilustración musical que voy a mencionar en seguida, aun cuando tiene un carácter muy diferente al de los Pífanos y Cobres de Vicente Emilio Sojo, puede ser también considerada como un modelo de música imitativa, muy finamente realizada. Es una piececita del compositor ruso Liadov, titulada La Cajita de Música. La cajita de música o pianito de manilla es, como todos sabemos, un instrumento callejero muy pintoresco, ya desaparecido de nuestras costumbres. Todavía, de vez en cuando, en los caballitos, oímos algo que nos recuerda aquellas humildes cajitas de música que, como características esenciales, tienen la de ser bastante desafinadas y la de no variar jamás su monótono repertorio. Como todo, estos pianitos tienen también su poesía, digna de inspirar a más de un compositor. Recrear esta poesía suavemente nostálgica es lo que ha hecho con mucho talento Liadov, al imitar, con un pequeño conjunto de instrumentos de la orquesta corriente, la sonoridad y el típico estilo de las piezas que suelen ejecutarse en una de aquellas cajitas de música. He aquí, pues, un fino ejemplo de música puramente imitativa en el verdadero sentido de la palabra.


Anatol Liadov, compositor ruso
(San Petersburgo, 1855 - Novgorod, 1914)

Ejemplo musical:
(audio disponible solo en la versión en CDROM)
La Cajita de Música, de Anatol Liadov.

Es, sin duda, muy meritorio, hacer una pieza tan fina con tan modestos elementos.

Entre todos los ejemplos que podrían hallarse, ilustrativos de este tema ninguno me parece tan admirable como el que nos ofrece Maurice Ravel en el preludio de su ópera cómica que lleva por título La Hora Española. Este preludio revela un dominio magistral de la materia sonora; es un verdadero prodigio de habilidad y de arte a la vez. Para poder apreciar debidamente el grado de finura y la alta calidad artística de este ejemplo de música imitativa, hablaré antes de otra pieza, a manera de comparación; otra pieza en la cual la imitación musical está realizada en una forma mucho menos artística, aunque no por ello deja dicha obra de ser interesante y sobre todo muy apropiada al fin a que ha sido destinada. Esta composición es nada menos que una de las “sinfonías tontas” de Walt Disney, la música que acompaña a la película El Ratón Volador. Supongo que entre la mayoría de las personas a quienes me dirijo no habrá ninguna que no haya visto alguna vez los célebres dibujos animados de ese genial creador que se llama Walt Disney. Acaso sea él el único artista que ha logrado realizar de una manera perfecta, la difícil fusión de la música y la imagen en movimiento. En este sentido, sus películas son verdaderas obras maestras, creaciones geniales, difícilmente superables. A la gracia del dibujo y del movimiento, va siempre acompañada la gracia del comentario musical, sencillo, pero elocuente, eficaz como pocos. Naturalmente, no hay que buscar en esta música de carácter infantil, la alta inspiración ni la suprema originalidad. Es música de cine, para chicos; con esto está dicho todo.

Por su misma índole, es natural, pues, que frecuentemente sea esta música de carácter imitativo. Una imitación muy ingenua: el canto de los pájaros, las risotadas de los diminutos personajes, los rítmicos bastonazos que con frecuencia suele recibir alguno de estos personajes, etc. Todo esto envuelto siempre en una especie de mar sonoro, muy divertido, en el que abunda toda especie de canciones populares, marchas, aires de danza y mil cosas por el estilo. En este Ratón Volador mientras el protagonista nos dice, cantando, que, “quisiera ser pajarillo y volar por los cielos”, oímos el gracioso coro de las aves —auténtica imitación— sirviendo como de acompañamiento a aquel canto del ratoncito. Más adelante, oímos unas risotadas, y la imitación que de ella hacen los instrumentos de la orquesta es muy hábil. Como se ve, la imitación musical tiene aquí un fin determinado y la obra de Walt Disney perdería ciertamente la mitad de su valor poético, si música y cinematografía no hicieran un solo cuerpo en todo momento. En este trozo de la sinfonía tonta, El Ratón Volador, se podrá apreciar una manera tonta, sí, de hacer música imitativa, pero artísticamente eficaz, pues esta música es para niños y representa, en cierto modo, el substituto sonoro de un cuento infantil.[2]


Walt Disney, cineasta norteamericano (1901-1966)

Ejemplo musical:
(audio disponible solo en la versión en CDROM)
Sinfonía tonta El Ratón Volador, de Walt Disney.

En contraposición a esta manera ingenua de hacer música imitativa, presentemos ahora la otra manera, la del gran arte: el de un Maurice Ravel. Este compositor francés, fallecido en 1937, es uno de los artistas más finos y más completos de su generación. El ejemplo musical que voy a mencionar de él es muy poco conocido. Difícilmente puede hallarse otro, relativo a música imitativa, que supere a éste en gracia y originalidad. En la ópera cómica La Hora Española, de Ravel, que consta de un solo acto, todo el asunto se desarrolla en casa de un relojero. A manera de preludio, habrá, pues, que pintar —digámoslo así— este ambiente de relojería. Relojes por doquiera; relojes de todo tamaño, desde los más grandes, los que anuncian las horas con campanadas, unas lentas, otras más rápidas, hasta los pequeños relojes de mesa o de bolsillo. Las campanas y el tictac de los relojes, lo mismo que la cajita de música, tienen también su poesía, y una relojería no deja de ser a veces un ambiente casi musical, por la diversidad de campanas que, de pronto, cuando les llega la hora, empiezan a sonar allí por todas partes, cada una con su timbre y su ritmo independientes. Pues bien, la evocación de este particularísimo ambiente es lo que ha realizado en forma magistral Ravel en el preludio de la referida ópera. Y esta evocación la logra él haciendo intervenir en una forma originalísima la música imitativa, hasta el punto de que no necesitamos de una explicación previa para advertir en seguida que todo aquello que oímos en ese preludio no puede ser sino imitación de lo que sucede en una relojería. Ravel, sin embargo, no cae ni un momento en lo trivial. Desde la primera hasta la última nota, se mantiene firme en su posición de artista, de artista superior. Conducidos por Ravel, entremos, pues, en esa fantástica relojería, la más poética y musical que jamás hayamos visitado.


Maurice Ravel, compositor francés
(Ciboure, 1875 - París, 1937)

Ejemplo musical:
(audio disponible solo en la versión en CDROM)
Introducción de L’Heure Espagnole, de Maurice Ravel.

No es Ravel el único compositor que le haya prestado atención a la música que han sabido los relojeros encerrar en sus relojes. Ya Haydn, en el siglo XVIII, tuvo la feliz ocurrencia de componer el andante —o segundo movimiento— de una de sus más célebres sinfonías orquestales, sobre un ritmo pausado que imita elegantemente el tranquilo tictac de un reloj. A esta característica le debe esta obra el nombre de Sinfonía del reloj, con el cual se la designa generalmente. En el caso de este andante, no podemos, sin embargo, hablar de música imitativa propiamente dicha. Lo que ha hecho Haydn allí, es sencillamente sugerir el infatigable vaivén del péndulo, ese monótono tictac que oímos en todos los relojes. Ni sonoridades de campanas, ni ninguno de los elementos musicales que utiliza Ravel en su preludio, hallaremos, pues, en este andante. Por lo tanto, si antes de su audición no se nos advirtiera que el compositor tuvo en mente sugerir el balanceo de un péndulo del reloj, quizás no se nos ocurriría pensar en ello. Advertiríamos, sí, que hay allí un ritmo algo especial, un ritmo que se repite constantemente igual, pero ese ritmo lo mismo podríamos suponerlo semejante al del tictac de un reloj, como el que produciría algún aparato especial: un metrónomo, por ejemplo, o aun el de una pausada marcha o de unas rítmicas palmadas. La música de este andante clásico no pertenece, pues, a la categoría de música imitativa, pero conviene de todos modos que la oigamos, no sólo porque se trata de una hermosa creación de Haydn, de estilo muy puro, sino también porque tal ejemplo nos servirá para entender mejor cuanto hemos dicho sobre la diferencia que debe establecerse entre música imitativa y música evocativa, esto es, música que se empeña en sugerir algo no estrictamente musical. Y, por consiguiente, el mérito artístico de esta obra del famoso compositor austroalemán no radica, como en las piezas oídas anteriormente, en la delicada imitación de tales o cuales elementos sonoros, sino en la belleza misma de la música, como tal, de la música pura, independientemente de toda sugerencia extraña a ella.


Franz Joseph Haydn, compositor austríaco
(Rohrau, 1732 - Viena, 1809)

Ejemplo musical:
(audio disponible solo en la versión en CDROM)
Segundo movimiento, Andante, de la Sinfonía Nº 101, El Reloj, de Franz Joseph Haydn.

 

Notas del Editor

Las fuentes de las diferentes citas que aparecen en este trabajo no están indicadas en los originales.

1.- En su programa de radio original (1940), Plaza no pudo ofrecer este ejemplo musical ya que no estaba grabado, sin embargo aquellos oyentes que asistían con cierta regularidad a los conciertos de verano del Orfeón Lamas, en el Teatro Municipal de Caracas, conocerían bien la pieza. En la grabación en vivo que incluimos aquí, el "pífano" es interpretado por un flautín o píccolo, sin embargo en las interpretaciones del Orfeón Lamas, lo hacían silbando o bien Pedro Antonio Ramos, o bien un zapatero al que llamaban "el loquito Muñoz". [Regresar]

2.- Las "sinfonías tontas" de Walt Disney eran cortometrajes animados que se presentaban en los cines justo antes de la película anunciada en cartelera. Disney realizó su primer corto animado con sonido en 1928. En los siguientes 10 años realizó una gran cantidad de estas "sinfonías tontas", entre las que se encuentra El Ratón Volador mencionado por Plaza. Frente a lo planteado por Plaza y lo que se escucha en la grabación deben tomarse en cuenta dos factores: 1º.- Disney no compuso la música de sus películas, sino lo hicieron una gran cantidad de compositores que trabajaban para él; 2º.- El 21 de diciembre de 1937 Disney presentó su primer largometraje animado titulado Blanca Nieves y los siete enanos. Esta película marcó un hito en la historia de la cinematografía y en especial de las animaciones. A partir de ella muchas cosas cambiaron en el séptimo arte, entre ellas la música, desde su papel e importancia en las películas hasta el desarrollo de una concepción y estética musical especial para la cinematografía. [Regresar]

 

Al utilizar parte de este material se agradece citar la siguiente fuente:

Plaza, Juan Bautista: Escritos Completos. Compilador y editor Felipe Sangiorgi. CDROM. Fundación Juan Bautista Plaza, Caracas, 2004

 
 
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