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El Lenguaje de la Música
(Lecciones populares sobre música)

Juan Bautista Plaza

IX
Música descriptiva

Al hablar de música imitativa, me referí exclusivamente a aquella clase de música que se limita a copiar algo de índole sonora. Esta es, desde luego, la imitación más servil que puede darse, a pesar de lo cual, un gran artista como Maurice Ravel, supo valerse de este género de imitación en una forma que podemos calificar de genial, como lo demuestra aquel sorprendente preludio de la relojería de la ópera cómica La Hora Española, de que traté en anterior ocasión.

¿Cuándo deja una música de ser estrictamente imitativa y cuándo comienza a ser más bien descriptiva o evocativa? Es algo difícil a veces de precisar, como pronto tendremos ocasión de observarlo. Ciertas sugerencias musicales son, por decirlo así, tan gráficas que llegan a constituir casi una imitación perfecta. Es lo que sucede a menudo, cuando el compositor se da a la tarea de imitar, por ejemplo, el canto de ciertos animales. En la literatura musical existen muchas obras de inspiración zoológica. El mundo de las aves es, entre todos los que integran aquel bullicioso reino de la naturaleza, el preferido de los compositores, sin duda por los elementos musicales que allí se encuentran en abundancia. Muchos de ustedes recordarán seguramente, aquel alborozado Canto de los pájaros, de Janequin, a que me referí cuando traté de la canción en tiempos del Renacimiento francés. Quizás sea ésta la primera, o una de las primeras obras musicales importantes inspiradas en el canto de los pájaros. De entonces acá, son muchas las veces que estos humildes animalitos se han entrometido en el repertorio de los grandes músicos. En la época en que se cultivó con ahínco el clavecín, que es uno de los instrumentos que precedieron a nuestro actual piano, hallamos constantemente obras —pequeñas piezas, por lo general muy graciosas— de clavecinistas de aquel entonces, inspiradas en el canto de las aves. Algunas de estas piezas se han hecho célebres, tales como Le coucou (el cuclillo) de Daquin o La gallina de Rameau. Esta última es acaso el modelo más acabado del género. Rameau, famoso compositor francés del siglo XVIII, nos ha dejado en esta pieza un cuadrito musical del más fino humorismo. El cacareo de la gallina, imitado por cierto a la perfección, no viene a ser en realidad aquí sino un pequeño tema musical, con el cual Rameau ha elaborado hábilmente una pieza de corte muy clásico. Independientemente del ambiente de gallinero que pueda sugerirnos esta pieza, lo esencial de ella es su perfecta musicalidad en todo momento. Contribuye a darle todo su sabor a esta gallina, el hecho de que se oiga tocada en clavecín.[1]


Jean Phillippe Rameau, compositor, clavecinista y teórico francés (Dijon, 1683 - París, 1764)

Ejemplo musical:
(audio disponible solo en la versión en CDROM)
La poule (La gallina), de Jean-Phillippe Rameau.

En el repertorio de muchos grandes compositores hay, como decía, obras más o menos interesantes o curiosas inspiradas en el reino animal. Entre los autores modernos recuerdo especialmente a Camille Saint-Saëns, autor de una célebre fantasía zoológica titulada El carnaval de los animales; también Ravel tiene una interesante colección de canciones publicadas bajo el título de Historias naturales, en la que figuran el pavo real, el grillo, el cisne y otros animales. En muchas de estas obras, sin embargo, lo que ha hecho el autor es más bien sugerir el carácter o los típicos movimientos o maneras de andar o de volar de algún animal: movimientos pausados como el del pavo (del que deriva por cierto el nombre de pavana dado a cierta danza muy antigua, de carácter ceremonioso); o bien movimientos ágiles: de los peces, por ejemplo, como en la pieza Peces de oro de Debussy, o el vuelo de algunos insectos como en El Vuelo del abejorro de Rimsky-Korsakov. Esta última pieza es, como La gallina de Rameau, una de las más sugestivas en su género, por cuanto traduce con gran fidelidad los bruscos movimientos en zigzag que observamos en el caprichoso vuelo del abejorro, el cigarrón y otros animales por el estilo, así como también el zumbido característico de dicho vuelo. Todo lo que sea movimiento es en general susceptible de ser traducido musicalmente con bastante fidelidad. El Vuelo del abejorro de Rimsky-Korsakov es una pequeña pieza admirablemente instrumentada para orquesta, de acuerdo con lo que se ha propuesto sugerirnos el compositor.[2]


Nicolai Rimski-Korsakov, compositor ruso
(Tichvin, 1844 - Lyubens, 1908)

Ejemplo musical:
(audio disponible solo en la versión en CDROM)
"El vuelo del abejorro", interludio de la ópera La leyenda del Sar Saltán, de Nicolai Rimsky-Korsakov.

Decía que todo lo que sea movimiento puede ser traducido por medio de la música en forma muy sugerente. Y es que la música, en esencia, no es sino el producto o el resultado de un constante movimiento. Para que un pianista, un violinista, un flautista, un ejecutante, en fin, pueda llegar a hacernos oír una melodía, vemos que necesita efectuar indispensablemente ciertos movimientos de sus dedos, movimientos tan calculados y precisos como los sonidos que de ellos han de derivarse. Tan íntima es esta relación, que decimos, por ejemplo, de una escala musical que es ascendente, cuando sus notas se suceden partiendo de las graves y subiendo hacia las agudas, o que es descendente, si dichas notas proceden en sentido contrario. Las distintas partes de que se compone una sinfonía, las llaman los músicos: movimientos [3]; así dicen, primer movimiento; segundo movimiento, en lugar de decir, primera parte, segunda parte, etc. Más aún, alguno de estos movimientos suele designarse con el nombre de Andante, vocablo que proviene de andar, esto es, moverse de un sitio a otro con cierto ritmo o cierto paso como de persona que camina tranquilamente. En la estrecha unión de la danza con la música es quizás donde mejor podemos observar la íntima dependencia que existe entre la música y el movimiento; dependencia desde el punto de vista rítmico, sobre todo, como luego veremos.

No es de extrañar, por lo tanto, el poder evocador de la música al tratar ésta de traducir todo aquello que sea movimiento en el espacio. Ya he dicho cómo nos sugiere Haydn, en su Sinfonía El reloj, el pausado movimiento del péndulo. En la obra de Rimsky-Korsakov casi puede decirse que vemos un abejorro ejecutando su sinuoso vuelo. Las ilustraciones musicales que me quedan por ofrecer como ejemplos, lo son también de movimientos diversos sugeridos por medio de la música. La primera de estas ilustraciones pertenece a una obra del compositor ruso Mussorgsky, titulada Cuadros de una exposición. Esta obra está formada por una serie de cuadros musicales, inspirados en otros tantos cuadros pictóricos que el compositor viera una vez en una exposición de un pintor amigo suyo. Uno de estos cuadros representa una vieja y polvorienta carreta, tirada por bueyes. La imagen de la inmóvil carreta, tal como aparece en el cuadro de aquel pintor, se transforma musicalmente por obra de Mussorgsky, en una imagen llena de movimiento y de vida. Con el ruido sordo que producen sus enormes ruedas, la vieja carreta se va acercando, pasa ante nuestra vista y luego se pierde a lo lejos, en el solitario camino.[4]


Modest Mussorgsky, compositor ruso
(Karevo, 1839 - San Petersburgo, 1881)

Ejemplo musical:
(audio disponible solo en la versión en CDROM)
"Bydio" de Cuadros de una exposición, de Modest Mussorgsky.

A medida que los instrumentos musicales se han ido perfeccionando, la técnica de los ejecutantes ha ido paralelamente desarrollándose, sobre todo en lo que se refiere a agilidad y rapidez en los movimientos. Cuando decimos de un violinista o de un pianista que es un gran virtuoso, lo primero que se nos ocurre pensar es que ese virtuosismo consiste sobre todo en la prodigiosa habilidad que ha llegado a adquirir aquel artista en la ejecución de rapidísimos pasajes. Este arte de malabarismo, que tanto gusta a las muchedumbres, data apenas del siglo XIX, pues anteriormente la música no conocía esos excesos de agilidad sonora. La era de estos grandes virtuosos instrumentales puede decirse que comenzó con el advenimiento de Paganini, el genial violinista que asombró al mundo a principios del siglo XIX. La influencia de su prodigiosa técnica fue tan grande que durante todo el resto del siglo se compusieron numerosas obras para toda clase de instrumentos, obras cuya única finalidad consiste en convertir al artista en un malabarista muy hábil, capaz de hacer con sus dedos de ejecutante, cuantas diabluras se le antojen. De esta manera, se ha llegado a producir numerosos efectos musicales, sumamente extraños, los cuales son a veces muy curiosos, si bien la calidad artística de tales efectos deja casi siempre mucho que desear. Esta avanzada técnica instrumental, en la que tanto alarde se hace de velocidades insólitas en la ejecución, no podía menos que provocar la creación de algunas piezas de carácter imitativo o descriptivo, inspiradas en toda clase de fantasías. En la Ronda de los duendes (diablillos), de Bazzini, puede apreciarse muy bien cómo un compositor ha sabido valerse de esos extraños efectos del virtuosismo instrumental a que me he referido, para crear un tipo de música descriptiva, de lo más curioso. Antonio Bazzini fue un célebre violinista italiano del siglo XIX. En su pieza para violín titulada Ronda de los duendes, Bazzini ha querido describir una danza fantástica de seres irreales, de seres que tan sólo existen en nuestra imaginación. Cuando se trata de diablillos o duendecillos solemos concebir a éstos como seres que viven en perenne agitación, brincando, saltando siempre. Son estos feos saltimbanquis de ultratumba los que nos presenta, pues, Bazzini en esta típica obra.


Antonio Bazzini, compositor y violinista italiano
(Brescia, 1818 - Milán, 1897)

Ejemplo musical:
(audio disponible solo en la versión en CDROM)
La ronde des lutens (Ronda de los duendes) de Antonio Bazzini.

Innumerables son los ejemplos que podrían citarse de obras musicales en las que se describe toda especie de movimientos. En algunas de estas obras la imitación de dichos movimientos es bastante fiel; pero en otras, como sucede, por ejemplo, con las piezas destinadas a ser bailadas o danzadas, la asociación de música y movimiento es mucho menos sensible, pues el propósito de esta clase de música no es el de describir tal o cual danza, sino el de acompañarla rítmicamente. Hay, pues, una gran diferencia entre la música de una ronda cualquiera, una ronda corriente, de esas que suelen bailar los niños, y la música de esa Ronda de los duendes que acabamos de mencionar. Esta última es música realmente descriptiva, como lo demuestra el simple hecho de que lleve un titulo especial; en cambio, las danzas o los bailes ordinarios como lo son la ronda infantil, el vals, la mazurca, el fox, la rumba, el joropo, etc..., pueden ser acompañados en cada caso con infinidad de piezas diferentes; basta que cada una de dichas piezas se ajuste siempre al ritmo peculiar de la danza que ha de acompañar.

La asociación entre música y movimiento será, pues, tanto más sensible para el oyente cuanto más precisa sea la imagen que el compositor se haya propuesto describir o sugerir musicalmente. En ese enorme repertorio de composiciones de índole descriptiva, encontramos de todo, desde lo más malo y ramplón hasta los hallazgos geniales de los músicos superiores. Para apreciar debidamente el mérito artístico de esta clase de obras, se requiere cierto grado de cultura por parte del oyente, pues en este terreno es muy frecuente confundir el oro con el oropel. No hay que dejarse arrastrar sobre todo por la fascinación que ejerce la música de tipo malabarista, por el estilo de lo que hallamos en la Ronda de los duendes de Bazzini. Sin negarle su mérito a esta clase de composiciones, debemos convenir en que hay otras obras, acaso menos efectistas, pero cuya inspiración es indudablemente mucho más alta. Ya que nos pusimos en contacto con diablillos y demás divinidades infernales, quedémonos otro rato en su compañía, no obstante lo poco grato que ha de resultarle a todo mortal el permanecer por mucho tiempo en tan tenebrosos lugares. En el reino de la música, todo está permitido y ningún viaje ofrece peligro. Orfeo, el gran cantor de la antigua Grecia, tuvo la osadía de llegar hasta los Campos Elíseos, con el único fin de rescatar a Eurídice, su bienamada. Para poder penetrar aquella bienaventurada región, tuvo antes que habérselas con una horrenda legión de Furias y de Demonios que le impedían el paso. Pero Orfeo era un delicado cantor y siempre llevaba consigo su lira para acompañarse. Fue tal la dulzura de su canto que Demonios y Furias terminaron por conmoverse y, una vez ablandados, permitieron que aquel audaz mortal prosiguiera su camino en busca de Eurídice. Esta escena que acabo de describir, la ha realizado magistralmente Glück en su ópera Orfeo y Eurídice, ópera bastante antigua, pues fue compuesta y estrenada en 1762. En un espléndido pasaje instrumental nos describe Glück la Danza de las Furias. En la representación de la ópera, el espectador puede presenciar la tumultuoso danza, de un dinamismo casi salvaje. Glück, sin embargo, como compositor clásico que es, no se deja arrastrar en su descripción musical por ningún desbordamiento salvaje de sonoridades. El relativo desorden que advertimos en su música es siempre un desorden ordenado, como es también el de los movimientos de la danza que se desarrolla en la escena. He aquí, pues, un magnífico ejemplo de movimiento tumultuoso interpretado musicalmente con espíritu clásico. Compárese la sobriedad de esta expresión —tan ajena al virtuosismo moderno— con la de la obra de Bazzini citada anteriormente. Creo que la diferencia de calidad entre ambas obras, resultará evidente para todos.


Christoph Wilibald Gluck, compositor alemán
(Erasbach, 1714 - Viena, 1787)

Ejemplo musical:
(audio disponible solo en la versión en CDROM)
"Danza de los Espíritus Bentidos" de la ópera Orfeo y Eurídice, de Christoph Wilibald Gluck.

 

Notas del Editor

Las fuentes de las diferentes citas que aparecen en este trabajo no están indicadas en los originales.

1.- La poule (La gallina) es una obra original para clavecín, tal como Plaza lo menciona en su texto. Aunque Plaza hace explícita mención de la versión para clavecín, el efecto que describe en su texto puede apreciarse igualmente en la versión para piano que aquí se presenta. El propio Rameau realizó una transcripción de esta obra para sexteto de cuerdas y la incluyó como primer movimiento de su Sexto Concierto para Sexteto. Esta versión puede escucharse en la Lección Nº 15. [Regresar]

2.- El vuelo del abejorro también se ha traducido del ruso como El vuelo del moscardón y es en realidad un breve interludio de la ópera La leyenda del Sar Saltan de Rimsky-Korsakov. Debido a su popularidad, esta obra ha sido transcrita para diversos instrumentos como el violín, el piano y el cello, brindando a los intérpretes la oportunidad de lucir sus capacidades virtuosísticas. [Regresar]

3.- El término Movimiento es muy frecuente en la terminología musical, empleándose para describir o hacer alusión a diversas cosas que no siempre tienen relación entre ellas. Desde el punto de vista del público en general, la acepción más común para esta palabra es justamente la que Plaza describe en su texto, es decir las distintas partes o fragmentos que conforman una obra mayor como una sinfonía, una sinfonía, un concierto, un cuarteto o una sonata. [Regresar]

4.- Cuadros de una exposición de Mussorgsky es una obra original para piano. Años después de la muerte del compositor, Maurice Ravel orquestó magistralmente toda la suite, versión que por lo demás es la más conocida y difundida. Sin lugar a dudas Plaza se refiere en su texto a la versión orquestada por Ravel. En ella el orquestador trabajó especialmente la dinámica y la instrumentación para lograr el efecto descrito por Plaza. En cambio, la versión original para piano ofrece otra perspectiva muy diferente. Bydlo es el séptimo fragmento o movimiento de la obra y representa el cuarto cuadro de la exposición. [Regresar]

 

Al utilizar parte de este material se agradece citar la siguiente fuente:

Plaza, Juan Bautista: Escritos Completos. Compilador y editor Felipe Sangiorgi. CDROM. Fundación Juan Bautista Plaza, Caracas, 2004

 
 
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