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Música descriptiva.
La naturaleza y el paisaje
El tema de la música descriptiva que he venido tratando
últimamente es de tal amplitud que no será posible contemplar por ahora
sino los aspectos más significativos y resaltantes de este género musical.
El poder de evocación que posee el arte de los sonidos es infinito.
Cada generación, cada escuela de compositores tiene siempre algo nuevo
que decirnos en este como en todos los demás campos de la música. Sería,
por lo tanto, el cuento de nunca acabar, si nos propusiéramos dar ejemplos
de toda la música con carácter más o menos descriptivo que han producido
los compositores de todos los tiempos. Muchas otras clases de música
nos falta aún por considerar. Con todo, es conveniente que, antes de
pasar a otros tópicos, presente algunos ejemplos más de música descriptiva
o, más bien, evocativa.
Los que voy a ofrecer en esta lección serán particularmente
interesantes; todos ellos tienen por objeto ilustrar la relación tan
íntima que han sabido hallar los compositores modernos entre la música
y el paisaje.
Evocar un determinado paisaje por medio del arte sonoro
ha sido uno de los temas favoritos de los músicos, desde comienzos del
siglo XIX. Tan luego como el espíritu romántico penetró en la música,
los compositores se sintieron atraídos por todos los encantos de la
naturaleza, con una fuerza de atracción hasta entonces desconocida.
Esto trajo como consecuencia la creación de numerosos paisajes musicales,
verdaderas evocaciones sonoras de un gran interés artístico cuando han
sido realizadas por algún músico superior.
El primer gran ejemplo de esta clase de música inspirada
en la naturaleza nos lo ofrece Beethoven en su célebre Sinfonía Pastoral.
En esta famosa obra, de la cual hablaré detenidamente en las lecciones
que habré de dedicar a la música de ese gran genio, el compositor traza
una especie de programa muy sugestivo. Es de advertir, sin embargo,
que Beethoven no ha querido hacer allí música descriptiva. Para él y
para los poetas románticos el paisaje no viene a ser, como se ha dicho,
sino un estado de ánimo. El mismo Beethoven opinaba que “toda descripción
musical pierde si es llevada demasiado lejos y que la música no puede
rivalizar con la pintura”. Por eso tiene el cuidado de advertirnos que
su música es “más expresión de sentimiento que pintura”.
El ejemplo que dio Beethoven con su Sinfonía Pastoral fue seguido por muchos otros compositores. La naturaleza, bajo todos
sus aspectos, llegó a ser una de las fuentes más ricas de inspiración
para los músicos. La producción romántica de Berlioz y de Liszt, así
como la de muchos otros compositores del siglo XIX, está llena de esta
clase de evocaciones musicales, algunas de ellas muy interesantes; otras,
en cambio, bastante mediocres. En las obras de los músicos nacionalistas
y hasta en los dramas musicales de Wagner advertimos el gran desarrollo
que llegó alcanzar el arte de evocar un paisaje por medios puramente
sonoros.
De todo este repertorio, he entresacado tres ejemplos que
me parecen bastante característicos y muy propios para ilustrar el tema
de esta lección.
El primero es un fragmento de la Sinfonía Fantástica,
de Berlioz. Héctor Berlioz fue un compositor romántico francés de mediados
del siglo XIX. Era de un temperamento fogoso. Frecuentemente se dejaba
arrastrar por sus exaltadas pasiones, y su producción, por lo tanto,
resulta algo desordenada, incoherente. Falta en ella ese soberano control
que debe ejercer siempre el artista sobre sí mismo; ese equilibrio perfecto
entre la expresión y la forma, que es lo que hace la grandeza, por ejemplo,
de un Mozart. La Sinfonía Fantástica de Berlioz, tiene indudablemente
muchas bellezas, pero éstas no se destacan con fuertes relieves, por
estar presentadas con cierto desorden dentro del cuadro general. El
mismo título de fantástica que le dio Berlioz a esta sinfonía es ya
indicio de que en dicha obra habremos de hallar muchas cosas más o menos
caprichosas. Lo cierto es que en ella Berlioz se propuso expresar, con
desenfrenado romanticismo, la gran pasión amorosa que le había inspirado
una artista inglesa. No habiéndose visto correspondido, desahogó musicalmente
toda su amargura en aquella fantástica obra, tan llena de caprichos
y de extrañezas. Uno de los episodios de que consta la sinfonía de Berlioz
se refiere a las horas de ensueño y los nostálgicos recuerdos que le
trae al artista la plácida visión del campo, adonde fuera a refugiarse
en busca de consuelo. La evocación de esta placidez campestre es una
de las páginas admirables que encierra esta sinfonía. Berlioz, con todas
sus extrañezas, ha sido uno de los músicos que ha sabido sacarle mayor
partido al carácter expresivo propio de cada uno de los instrumentos
integrantes de la orquesta. Como instrumentador, su arte era realmente
extraordinario. Con medios muy sencillos sabía obtener efectos maravillosos.
Así, en el breve fragmento que he elegido como ejemplo, el ambiente
campestre, pastoril, tan lleno de nostalgia y de poesía como quiere
Berlioz hacérnoslo sentir, está evocado musicalmente por medio de una
sencillísima melodía confiada a dos instrumentos únicamente: un oboe
y un corno inglés, los cuales la ejecutan alternativamente o bien a
dúo. Ese trozo, que es uno de los ejemplos más finos que puedan presentarse
de evocación musical de un paisaje, es el fragmento inicial del tercer
movimiento de la Sinfonía Fantástica.[1]

Hector Berlioz, escritor, crítico, director y compositor francés (Côte-Saint-André,
1803 - París, 1869)
Ejemplo musical:
(audio
disponible solo en la versión en CDROM)
Fragmento inicial del 3º movimiento "Escena campestre"
(Adagio) de la Sinfonía Fantástica de Hector Berlioz.
Después de una serie de divagaciones musicales —las llamaremos
así— a través de las cuales nos expresa Berlioz su efusión amorosa,
y la pena que le embarga el ánimo, he aquí que, de pronto, se deja él
dominar por el romántico impulso de comunicarle al paisaje algo de su
propio drama interior, y ¿qué se le ocurre entonces? Concluir el largo
trozo —esa su meditación ante el paisaje— volviendo a hacer oír, en
la lejanía, la misma cantilena pastoril del comienzo, pero enriquecida
—sería mejor decir empobrecida— con la añadidura de unos vulgares truenos,
¡símbolo evidente de la tragedia que se avecina! El gran instrumentador
no vacila entonces en echar mano de los timbales. Olvidando aquello
que asentaba Beethoven, de que “toda descripción musical pierde si es
llevada demasiado lejos”, Berlioz introduce bruscamente la más tosca
imitación sonora, y lo que es peor, imitación de un ruido, en aquel
trozo tan finamente evocativo que le había sido inspirado por la dilatada
campiña.
Como un ejemplo de mal gusto, fruto de exagerado romanticismo,
puede oírse ahora aquella misma cantilena pastoril tal como he dicho
que aparece al final de la larga escena campestre, esto es, con la melodía
interrumpida de vez en cuando con el burdo simulacro de unos truenos
que hacen los timbales en la orquesta.

Hector Berlioz, escritor, crítico, director y compositor francés (Côte-Saint-André,
1803 - París, 1869)
Ejemplo musical:
(audio
disponible solo en la versión en CDROM)
Fragmento final del 3º movimiento "Escena campestre"
(Adagio) de la Sinfonía Fantástica de Hector Berlioz.
Creo que todos estarán de acuerdo en que estos truenos,
tan puerilmente imitados, lejos de aumentar el interés de la obra, son
de un efecto que tiende, por el contrario, a restarle calidad artística.
Pero, así era Héctor Berlioz: genial y medio alocado a la vez, como
muchos otros de sus contemporáneos de la era romántica.
Del campo pasemos ahora al bosque, a la tupida selva. Ningún
compositor, quizás, ha sabido, como Richard Wagner, llevar a la música
con tanto arte, el encanto de la selva, con todos sus rumores y esa
especie de misterio que parece habitar siempre en ella. La selva, tal
como aparece en el segundo acto del drama Sigfrido, de Wagner,
es desde luego una selva muy espaciosa, una verdadera selva wagneriana,
es decir, una selva más mitológica que real. No sólo vemos en ella una
caverna habitada por un horrible monstruo, sino que los pájaros, como
en los cuentos, hablan, o por lo menos cantan unas melodías cuyo lenguaje
entiende perfectamente Sigfrido. Lo extraordinario del caso es que esta
selva, con ser tan fantástica, no deja de impresionarnos vivamente cuando
oímos la evocación musical que de ella hace Wagner. El tenue rumor,
los velados murmullos con que se inicia esta página magistral, van aumentando
poco a poco. Parece como si en presencia de Sigfrido, el héroe cuya
espada habrá de dar muerte al terrible monstruo, todo el bosque se fuera
animando y como poblando de misteriosa música. Sería muy largo describir
todos los detalles de esta escena y hacer mención de los distintos temas
melódicos que intervienen en su desarrollo. Lo que nos interesa, por
el momento, es dejarnos conducir por Wagner hasta el interior de este
maravilloso bosque y sentir toda la belleza que emana de tan soberbia
evocación musical. Basta para ello, prestar un poco de atención a la
música. Esta, por lo demás, no ofrece ninguna complicación ni nada que
pueda resultar incomprensible para la mayoría de los oyentes, no obstante
la fama de difícil comprensión que tiene la música de Wagner en el concepto
de muchas personas, sobre todo de aquellas que nunca se han esforzado
lo más mínimo por desarrollar la sensibilidad musical, innata en casi
todos los hombres.

Richard Wagner, compositor alemán
(Leipzig, 1813- Venecia, 1883)
Ejemplo musical:
(audio
disponible solo en la versión en CDROM)
"Murmullos de la selva", de la ópera Sigfrido de Richard Wagner.
La tercera y última ilustración musical que voy a comentar
nos situará ante otro paisaje muy distinto de los que hasta ahora hemos
contemplado a través de la música de Berlioz y de Wagner. Este nuevo
sitio será un desolado paisaje exótico, como el que nos ofrece las solitarias
estepas del Asia Central. Borodin, compositor ruso del siglo XIX, ha
trazado de aquellas regiones un cuadro musical de un poder evocador
impresionante pues, además del paisaje propiamente dicho, el compositor
describe la marcha de las caravanas a través de aquellas estepas. El
comentario con el cual encabeza el propio Borodin la partitura de su
célebre poema musical, dice así:
“En el silencio de las estepas arenosas, se oye el estribillo
de una apacible canción rusa. Se escuchan también melancólicos cantos
del Oriente y el pisotear de camellos y caballos que se aproximan. Una
caravana escoltada por guardias rusos, atraviesa la inmensidad del desierto.
La caravana prosigue confiada su larga ruta, abandonándose a la guardia
de la fuerza guerrera. Ya siempre más y más lejos... Los cantos de los
rusos y los de los indígenas se confunden... Poco a poco se apaciguan
a medida que la caravana se aleja, hasta que terminan por perderse en
la lejanía del desierto”.
Esta composición es una de las obras más perfectas que existen
del género musical conocido con el nombre de poema sinfónico.

Alexander Borodín, científico y compositor ruso
(San Petersburgo, 1833 - San Petersburgo, 1887)
Ejemplo musical:
(audio
disponible solo en la versión en CDROM)
En las estepas del Asia Central, poema
sinfónico de Alexander Borodín.
Notas
del Editor
Las fuentes de las diferentes citas que aparecen en este
trabajo no están indicadas en los originales.
1.- Aunque el fragmento propuesto por Plaza se limita
a las exposiciones del oboe y el corno inglés, en el ejempo musical
que aquí se ofrece se ha prolongado la música hasta la entrada de las
cuerdas que también exponen el tema. [Regresar]
Al utilizar parte de este material se agradece citar la
siguiente fuente:
Plaza, Juan Bautista: Escritos Completos.
Compilador y editor Felipe Sangiorgi. CDROM. Fundación Juan Bautista
Plaza, Caracas, 2004 |