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El Lenguaje de la Música
(Lecciones populares sobre música)

Juan Bautista Plaza

XVIII
La apreciación de la calidad artística
La rapsodia. Liszt. Enesco

En la lección anterior me referí a la música de danza exclusivamente española. Los ejemplos que comenté no fueron, por cierto, música de las danzas populares presentada en toda su sencillez, sino algunas obras de grandes compositores españoles, en las cuales los ritmos y demás modalidades de la danza peninsular han servido de base para la elaboración de obras importantes. Entre estas composiciones tan artísticamente presentadas y las danzas originales que las han inspirado, existe más o menos la misma diferencia que entre una humilde tinaja construida por un alfarero, con un fin práctico, y un artístico jarrón de porcelana destinado a ser contemplado únicamente como obra de ornato sin utilidad práctica alguna.

Esta sencilla comparación nos indica que puede haber diferencias muy grandes en la calidad artística de unas y otras composiciones musicales, diferencias que es preciso saber apreciar. El hecho de que la música sea una de las bellas artes no implica que toda composición musical sea una obra artística valiosa. En esto, como en todo, hay numerosas graduaciones y una de las primeras cosas que debe aprender todo oyente es a distinguir las obras que poseen un valor artístico de las que no lo poseen o lo poseen en grado mucho menor. Este aprendizaje no es tan difícil para el vulgo como pudiera creerse. Como he dicho en otras ocasiones, la costumbre de oír bastante música, de oírla siempre con atención, es el único método eficaz para despertar la sensibilidad artística de una persona. No hay que creer que para ello se requiera poseer numerosos conocimientos teóricos. Con la sola práctica auditiva y siempre que haya verdadero interés por parte del oyente, puede una persona llegar a adquirir, si no una gran cultura musical, por lo menos cierta educación del oído y de la sensibilidad musicales. Muchas veces he oído juicios muy acertados sobre alguna obra, emitidos por personas que desconocen por completo todo lo relativo a la técnica musical; pero éstas son, naturalmente, personas más o menos sensibles a la música y que, por lo mismo, no desprecian cuantas ocasiones se les presenten de escucharla. Esta paulatina educación que en cierto modo se realiza insensiblemente, no sólo se refiere al arte musical sino a las bellas artes en general. Es un hecho corriente el que una persona que viaja por países de avanzada cultura, si ha empleado bien su tiempo, visitando detenidamente los grandes museos de arte, termina por adquirir una experiencia a veces notable en materia de apreciación artística. Nos sorprende, después de algún tiempo, ver la manera cómo esa persona nos habla de pintura o de escultura; cómo se ha enriquecido culturalmente sin que haya necesitado seguir ningún curso teórico de capacitación artística. Le ha bastado tan sólo el haber visto mucho, el haber contemplado muchas obras valiosas durante muchos días. La gente que sólo está acostumbrada a oír las canciones populares y a bailar los bailes de moda, no puede, claro está, emitir juicio alguno de valor sobre la música. Todo lo más que sabrá hacer es decirnos que tal canción o, tal clase de baile le gusta más o le gusta menos que tal o cual otro baile o canción de moda. Que una pieza musical pueda gustarle a una persona más que a otra, es cosa muy natural; ya sabemos lo que dice el refrán sobre gustos y colores. Lo importante es que un oyente culto sepa apreciar el valor artístico de una obra, basándose no en el hecho de que ésta le guste o no le guste, sino por ser capaz de descubrir en dicha obra la presencia o la falta de todo aquello que constituye el estilo, la calidad artística. Cuando se tiene un poco de sensibilidad, aprender a distinguir en arte lo bueno de lo malo, el oro del oropel, es, como he dicho, una educación que puede lograrse con relativa facilidad, por poco que uno se proponga oír música con atención. Estas lecciones no tienen otro objeto que el de proporcionar a todo el que lo desee, la ocasión de familiarizarse con la buena música, de aprender a gustaría y a apreciar las bellezas que encierra.

Volviendo ahora al tema de las danzas del cual he venido tratando últimamente, haré esta noche algunos comentarios sobre otra clase de composiciones en cuya elaboración desempeña también un importante papel la música de danza. Estas son las llamadas rapsodias, palabra cuyo origen conviene conocer, pues ello nos ayudará grandemente a precisar la clase de música a que dicha denominación corresponde. En la historia literaria se nos enseña que los rapsodas eran ciertos cantores o recitadores de la antigüedad, que en los primeros períodos de la civilización griega se dedicaban a recorrer el país, dejando oír dondequiera sus cantos, que eran siempre épicos, pues en ellos se ensalzaban hechos gloriosos de los héroes primitivos. Estos viejos poetas no se limitaban a recitar un solo canto sobre un asunto determinado, sino que unían varios de esos cantos, formando así una composición más extensa, cuya estructura resultaba ser, pues, algo así como la de un mosaico. Debido a esta costumbre de unir varios cantos, se les dio a tales poetas o a tales cantores —que en aquel tiempo cantor y poeta era lo mismo—, el nombre de rapsodas, palabra que en griego significa “zurcidores de cantos”. Todo el que haya leído la llíada, la famosa epopeya de Homero, habrá observado que los distintos capítulos —digamos así— en que está dividida aquella magna obra, llevan el título de rapsodias.

En el terreno de la música, se designa con el nombre de rapsodia una pieza de cierta longitud, en la cual el compositor nos hace oír sucesivamente diversos aires o cantos, enlazados cuidadosamente los unos con los otros. La rapsodia, por otra parte, si no es una pieza propiamente épica, como son ciertos himnos o ciertas canciones patrióticas, tiene siempre, cuando menos, un carácter netamente nacional. Así lo indican los numerosos títulos que hallamos de rapsodias húngaras, españolas, noruegas, etc... Como estructura, las rapsodias son, pues, de una forma sumamente sencilla, y a ello sin duda, se debe la popularidad de que gozan generalmente.

No hay, sin embargo, que confundir una rapsodia con uno de esos vulgares popurrís que se oyen tan a menudo en las retretas de las bandas. Las composiciones de esta clase están hechas por lo general con trozos de óperas o de zarzuelas. A veces se les llama también selecciones. Así tenemos, por ejemplo, selecciones de Carmen o de El anillo de hierro; popurris de Aída o de La viuda alegre, etc.

El valor artístico de semejantes arreglos es realmente ínfimo; no hay ni para qué hablar de ellos. La rapsodia es algo muy distinto, a pesar de que su estructura de mosaico ofrece cierto parentesco con la del popurrí. En la rapsodia, un buen compositor puede lograr una gran unidad de estilo y llegar a realizar una obra de calidad.

De ello podremos darnos cuenta oyendo las dos rapsodias a que me refiero a continuación. La primera es una de las célebres Rapsodias húngaras de Liszt, el famoso pianista-compositor del siglo XIX que más ha contribuido a popularizar este género de música. Liszt siempre recordaba las pintorescas escenas de gitanos que hirieron su imaginación cuando niño; “aquellos rostros cobrizos —dice él mismo—, aquellas danzas, a la vez suaves y elásticas, saltadoras y provocativas, bruscas e impetuosas”. De estos vagos recuerdos confiesa él que surgieron las rapsodias —diecinueve en total— que Liszt se empeñó en llamar húngaras, denominación bastante caprichosa, ya que las tales rapsodias, al decir de los críticos, tienen más de bohemias o de gitanas que de específicamente húngaras.


Franz Liszt, pianista y compositor húngaro
(Odenburg, 1811 - Bayreuth, 1886)

Ejemplo musical:
(audio disponible solo en la versión en CDROM)
Rapsodia húngara N° 6, de Franz Liszt.

George Enesco es el autor de la Rapsodia rumana, que paso a comentar. Enesco es una figura prominente de la moderna escuela rumana. Famoso como violinista, no lo es menos como compositor y director de orquesta. El profundo conocimiento que tiene Enesco de la música popular de su patria se pone de manifiesto en su espléndida Rapsodia rumana N° 1, tan inspirada, tan musical en todo momento. La orquestación es, por otra parte, de un brillo y de una riqueza instrumental poco comunes. Es una obra sinfónica que merece figurar junto a las mejores de su género en el moderno repertorio. Se nota, lo mismo que en la Rapsodia húngara de Liszt, la parte importante que toman aquí los aires de danzas folklóricos, esto es, los aires populares con los que se acompañan las danzas típicas de Rumania.


George Enesco, violinista, director y compositor rumano
(Dorohoiv, 1881 - París, 1955)

Ejemplo musical:
(audio disponible solo en la versión en CDROM)
Rapsodia rumana N° 1, de George Enesco.

 

Notas del Editor

Las fuentes de las diferentes citas que aparecen en este trabajo no están indicadas en los originales.

 

Al utilizar parte de este material se agradece citar la siguiente fuente:

Plaza, Juan Bautista: Escritos Completos. Compilador y editor Felipe Sangiorgi. CDROM. Fundación Juan Bautista Plaza, Caracas, 2004

 
 
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