XXXVIII
Música moderna. La reforma de la ópera [1]
Vamos a dedicarnos ahora a hablar de la música moderna,
muchos de cuyos aspectos y modalidades son verdaderamente interesantes
y dignos de conocerse. Para muchas personas, la música moderna
es algo incomprensible. La juzgan como un arte que tiende a degenerar
cada día y cuyos frutos no pueden nunca compararse con las grandes
creaciones artísticas del pasado. Es cierto que en nuestros días
hay más compositores que nunca y que, entre éstos, muy
pocos merecen dignamente el calificativo de genios. Verdad es que en
todos los tiempos los genios auténticos han sido más o
menos escasos. Muchos de ellos, por otra parte, han pasado inadvertidos
y hasta han llegado a ser juzgados por sus contemporáneos como
unos seres caprichosos o desequilibrados. Algunos compositores modernos
han sido también víctimas de esta actitud muy poco comprensiva
por parte del público. Muchas veces los críticos los
malos críticos, se entiende contribuyen a esta desorientación,
al imponer sus gustos personales en lugar de procurar entender bien,
ellos mismos, las nuevas obras que están llamados a juzgar y
a criticar imparcialmente. La crítica constructiva se hace por
ello indispensable hoy más que nunca, cuando el mundo atraviesa
por una tremenda crisis en la que todos los valores espirituales son
puestos a dura prueba. La educación del gusto y de la sensibilidad
artística, realizada consciente y metódicamente es la
primera condición que debe llenar un oyente culto para poder
luego orientarse rectamente en el conocimiento y apreciación
de la música moderna. Ojalá que estos modestos comentarios
nuestros contribuyan a despertar en nuestro pueblo el deseo de escuchar
siempre música de calidad, tanto antigua como moderna.
De esta última, como decía, vamos a empezar
a hablar con algún detenimiento. Presentaremos algunos trozos
escogidos entre los más fáciles de comprender. Para darle
cierta unidad a esta exposición nos limitaremos ahora a tratar
un solo tema: el del sinfonismo en la ópera moderna. Si examinamos
las viejas óperas de Rossini, Donizetti, Bellini o Verdi, tan
favoritas de todos los públicos, encontraremos que en ellas el
canto es preponderante. Tales óperas no son, en el fondo, sino
partituras de grandes dimensiones en las cuales las arias, romanzas,
cavatinas y demás números por el estilo representan, por
lo menos para el público grueso, el elemento más interesante,
musicalmente hablando, de toda la obra. Como consecuencia de ello, los
intérpretes o, propiamente dicho, los cantantes, desempeñan
un papel capital. La calidad de voz de dichos cantantes, su escuela,
su dominio técnico y hasta su resistencia física son factores
que llegan a absorber casi por completo la atención de los espectadores
y oyentes aficionados a ese tipo de ópera italiana del siglo
XIX. Nadie puede negar el poderoso atractivo que ejerce siempre, sobre
cualquier público, una bella voz, esmeradamente cultivada. No
es, por lo tanto, ningún pecado, como pretenden ciertos puristas,
que uno vaya a la ópera para deleitarse oyendo bellas voces y
excelentes cantantes de uno u otro sexo. Ahora bien, este concepto de
la ópera, concebida como un espectáculo destinado por
sobre todo a poner de relieve las maravillas del bel canto, ha pasado
bastante de moda entre los compositores, desde el advenimiento de ese
gran revolucionario del drama musical que se llamó Richard Wagner.
En la ópera, tal como la concibe Wagner, todos los elementos
musicales que la integran han de tener igual importancia, todos han
de concurrir por igual a producir la impresión sintética
de la obra de arte. La orquesta, por lo tanto, o sea, el elemento sinfónico
puro es un factor tan importante para la perfecta comprensión
de la obra como lo es la parte asignada a los cantantes y como lo es
también la escenografía y todo aquello que tiene un carácter
propiamente espectacular.
Tan convincentes fueron los argumentos de Wagner en pro
de su reforma y tan elocuente la manera cómo supo él llevarlos
a la práctica, que el mismo Verdi comprendió la necesidad
de reformar los viejos procedimientos que venían empleando en
la elaboración de sus óperas; ello se advierte, sobre
todo, en las dos últimas obras teatrales de este gran maestro
italiano: Otello y Falstaff, donde la orquesta, el elemento
sinfónico, adquieren extraordinario relieve. En los dramas musicales
de Wagner se encuentran pasajes a veces muy largos, en los cuales es
la orquesta únicamente quien lleva la palabra, si así
puede decirse. Con qué elocuencia nos habla esa orquesta, lo
podremos apreciar en seguida escuchando uno de esos trozos sinfónicos
puros en los que se revela magníficamente la potencia creadora
del genio musical wagneriano. Nos referimos a la célebre Cabalgata
de las Valquirias, perteneciente al segundo de los dramas que
constituyen la colosal tetralogía de El anillo del Nibelungo.
Creemos que la palabra cabalgata bastaría para sugerir la acción
a la cual corresponde esta dinámica página musical. No
necesita, pues, especiales comentarios.

Richard Wagner, compositor alemán
(Leipzig, 1813- Venecia, 1883)
Ejemplo musical:
(audio
disponible solo en la versión en CDROM)
Cabalgata de las Valquirias, de la
ópera La Valquiria, segundo drama de El anillo del
nibelungo, de Richard Wagner.
Después de este ejemplo dado por Wagner, es difícil
concebir que un compositor moderno vuelva a escribir óperas cuya
orquesta desempeñe un papel tan secundario y subordinado como
el que desempeñaba en la mayoría de las óperas
italianas del siglo XIX. Y de hecho ha sucedido así, como lo
demuestran las numerosas óperas que han sido compuestas después
de la reforma wagneriana. Tanto en Alemania como en Francia, Italia
o Rusia, la producción operística revela, ya en una forma,
ya en otra, hasta qué punto ha sido tomado en cuenta el elemento
sinfónico en las óperas modernas. Haremos especial mención
de las óperas rusas del grupo de compositores llamado de
los cinco, óperas compuestas a fines del siglo XIX y principios
del XX. En ellas la orquesta tiene un brillo y un colorido extraordinarios.
Sin embargo, tanto por sus argumentos como por su estética, dichas
óperas difieren radicalmente de la concepción wagneriana
del drama musical. La abundancia de las danzas, tan vivas como características,
así como los decorados y los trajes de un orientalismo rutilante,
hacen de las referidas óperas rusas un espectáculo fascinador.
Así, la ópera se acerca cada vez más al ballet
y tiende a transformarse en este otro género de música.
Dadas estas nuevas características, puede observarse
cómo la ópera va perdiendo cada vez más su aspecto
tradicional y tiende a convertirse en ese otro género de espectáculo
musical denominado ballet, del cual hemos hablado en otras ocasiones.
Tan cierto es esto, que cuando la ópera fantástica de
Rimsky-Korsakov, titulada El gallo de oro, fue montada en el
Metropolitan de Nueva York, en 1918, o sea, nueve años después
de haber sido estrenada en Moscú, no se ejecutó en su
forma original, sino transformada en ópera-pantomima. En tal
forma, los miembros del ballet desempeñaban los movimientos de
los personajes del drama en el centro del escenario, mientras los cantantes,
colocados en estrados cerca del proscenio, cantaban las partes vocales.
Parece que las dificultades de la acción y de la música
motivaron esta división del trabajo. Abundan en esta obra armonías
y giros melódicos de extraño sabor oriental.

Nicolai Rimski-Korsakov, compositor ruso
(Tichvin, 1844 - Lyubens, 1908)
Ejemplo musical:
(audio
disponible solo en la versión en CDROM)
Suite de El gallo de oro, de
Nicolai Rimsky-Korsakov.
A continuación podemos oír otro bello trozo
musical perteneciente a una ópera italiana que fue estrenada
en 1934 en Roma. Dicha ópera se titula Cecilia. Su argumento
es de carácter religioso; está basada en la vida de Santa
Cecilia. Su autor, el sacerdote Licinio Réfice [2], es un digno discípulo de don Lorenzo Perosi,
el creador de una serie de oratorios que se han hecho famosos. Después
de su estreno, la ópera Cecilia obtuvo poco después inmenso
éxito en Buenos Aires, donde fue dirigida por el propio autor.
Al examinar la partitura de esta obra podemos darnos cuenta de la sorprendente
transformación que sufrió la ópera en Italia en
ese tiempo. El trozo de esta ópera que recomiendo escuchar es
la introducción o prólogo, titulado "El anuncio".
Al descorrerse el telón, aparece Cecilia, como en el mosaico
de la cripta en la basílica romana dedicada a la Santa, esto
es, entre nubes y flores, con los brazos semiabiertos y vuelta la mirada
hacia el cielo. Una voz lejana, la voz de un ángel, se escucha
entonces en medio de las extáticas armonías de la orquesta
que acompañan la beatífica visión. Ciertamente,
pocas páginas de música italiana moderna hay tan bellas
como esta introducción musical que ha concebido Licinio Réfice
para su espléndida ópera Cecilia.

Licinio Refice, sacerdote, organista y compositor italiano
(Patrica, 1885 - Rio de Janeiro, 1954)
Ejemplo musical:
(audio
disponible solo en la versión en CDROM)
Lannunzio, introducción
o prólogo de la ópera Cecilia, de Licinio Refice.
Notas
del Editor
Las fuentes de las diferentes citas que aparecen en este
trabajo no están indicadas en los originales.
1.- Debe tomarse en cuenta que Plaza redactó
este texto en 1939-40, por lo que su concepto de música actual,
moderna y/o contemporánea se circunscribe a las últimas
décadas del siglo XIX y las primeras cuatro del siglo XX. [Regresar]
2.- Plaza
fue alumno de Licinio Réfice cuando realizó estudios musicales
en Roma. [Regresar]
Al utilizar parte de este material se agradece citar la
siguiente fuente:
Plaza, Juan Bautista: Escritos Completos.
Compilador y editor Felipe Sangiorgi. CDROM. Fundación Juan Bautista
Plaza, Caracas, 2004 |