A lo largo
de su vida Juan Bautista Plaza realizó una gran cantidad de actividades
musicales que de una u otra manera repercutieron en el entorno que le
tocó vivir. Como maestro de capilla proporcionó un ambiente
religioso adecuado a los hombres y mujeres que visitaban la Catedral.
Como pedagogo completó la formación humanística
de todos los compositores que se graduaron a partir de 1944 en la Escuela
Superior de Música José Ángel Lamas, pero también
inculcó en los niños más pequeños el aprecio
y el amor al arte musical. Su perseverante labor en la prensa y en la
radio preparó al público general para que adoptara una
nueva visión más crítica y más profunda
sobre la música. Como musicólogo ayudó a devolverle
a Venezuela su perdido pasado musical.
Todos estos
hechos han sido de enorme importancia para la sociedad en la cual le
tocó vivir, sin embargo sus alcances para las nuevas generaciones
no son tan fáciles de percibir y se van diluyendo con el transcurrir
de los años.
Pero su
actividad como compositor no correrá con la misma suerte ya que
sus obras fueron escuchadas en su época, son escuchadas en la
actualidad y serán escuchadas por las generaciones futuras. Sus
obras musicales seguirán teniendo vigencia no solo por la importancia
histórica que tuvieron al momento de ser creadas sino por la
belleza que cada una de ellas encierra entre sus notas.
A pesar
de perfilarse como uno de los compositores más prolíficos
de la historia musical venezolana, Juan Bautista Plaza nunca vivió
de la composición. La época y el lugar donde ejerció
su profesión no fueron propicios para que un músico dedicado
al género "académico" pudiera sostenerse económicamente
de sus creaciones. Por lo tanto Plaza fue ante todo compositor por amor
al arte y como tal su producción se fue desarrollando a la par
y en función de las otras actividades que realizaba para vivir
como lo fueron sus estudios, sus viajes, la dirección musical
de la Catedral de Caracas, la enseñanza musical a todo nivel
y por supuesto sus propias inquietudes intelectuales.
Como resultado
la extensa obra musical de Juan Bautista Plaza se perfila como variada
no solo en cuanto a géneros e instrumentos sino también
en cuanto a estilos y tendencias estéticas. A pesar de la variedad
existente, su obra ha sido catalogada en dos grandes apartados: la música
religiosa y la música profana. Esta división no solo muestra
la diferencia funcional a la que está destinada la música
que compuso, sino también marca una clara diferencia desde el
punto de vista técnico y estético.
En plena
juventud, muy poco tiempo después de haber iniciado sus estudios
de piano con el maestro Jesús María Suárez, Juan
Bautista Plaza se sintió atraído más por la composición
que por la interpretación. Sus primeras obras se remontan a 1914,
cuando se encontraba cursando el bachillerato en el Colegio Francés,
en Caracas. Sus avances fueron tan significativos que para 1916, cuando
terminó allí sus estudios, pudo presentar en un acto del
colegio y con la participación de varios de sus compañeros
la zarzuela Zapatero a tus zapatos, que había compuesto sobre
un texto de Redescal Uzcátegui, hijo del gran pianista del homónimo.
Este período de juventud terminó en 1920, cuando viajó
a Italia para proseguir sus estudios musicales.
En 1920,
el Cabildo Metropolitano de la Catedral de Caracas, por solicitud de
monseñor Ricardo Bartoloni, otorgó al joven Plaza una
beca para realizar estudios musicales en la Pontificia Escuela Superior
de Música Sacra, en Roma. Como contraprestación, a su
regreso Juan Bautista Plaza debía asumir el cargo de maestro
de capilla de la Catedral durante 5 años. Sus estudios en la
Pontificia Escuela Superior de Música Sacra estaban orientados
principalmente a poner en práctica la reforma y el mejoramiento
de la música sagrada propuestas por el Para Pio X en su "Motu
Proprio", en 1903. Efectivamente, cuando Plaza regresó a
Caracas ocupó el cargo de maestro de capilla de la Catedral durante
25 años y puso en práctica lo aprendido. En ese cargo,
Plaza no tenía la obligación explícita de componer,
sin embargo su espíritu y su vocación de compositor se
pusieron de manifiesto y en el transcurso de esos cinco lustros compuso
más de cien obras religiosas que se ajustaban a los lineamientos
planteados en la reforma. El atenerse a las reglas establecidas para
la música sacra no impidió que Plaza lograra plasmar en
sus obras religiosas un sello personal siempre dentro de un lenguaje
más tradicional que contemporáneo. Influencias de músicos
de principios del siglo XX como Lorenzo Perosi también se hicieron
sentir en su obra. Solo después de 1948, cuando ya no tenía
vinculación laboral con la Catedral, Plaza compuso su Misa Litúrgica
de la Esperanza una obra que se aparta de los lineamientos y adopta
un lenguaje armónico más personal.
A partir
de 1926, paralelamente a la creación de obras religiosas, Plaza
dedicó también tiempo y energía a componer algunas
de sus más importantes obras dentro del género de la música
profana. En esas obras el compositor se mostró mucho más
versátil que en las sacras. Sin tener impedimentos de ninguna
especie, Plaza buscó y desarrolló un lenguaje y una estética
más personal, más acorde a su época y a su pensamiento
estético. Entre los compositores venezolanos de su época
posiblemente Plaza fue el que compuso las obras de mayor avanzada, aunque
no por ello se acercaba a algunas de las nuevas tendencias estéticas
que intempestivamente irrumpían en Europa.
En líneas
generales, su música profana se ha clasificado en nueve renglones:
Orquesta; Coro a Capella; Piano; Canto y Piano; Zarzuelas; Órgano;
Música de Cámara e Instrumental; Obras Didácticas;
y Armonizaciones y transcripciones. Pero no todos estos apartados tienen
la misma importancia. En realidad solo los cuatro primeros son los que
revisten el mayor interés.
En la música
profana de Plaza es donde se encuentra la mayor variedad técnica,
estilística y estética: Algunas obras, sobre todo las
primeras, son de corte tradicional; otras acusan la influencia del impresionismo,
como por ejemplo El picacho abrupto y Campanas de Pascua, para orquesta;
el lirismo se hace presente en Vigilia y la Elegía, para orquesta;
mientras que un lenguaje armónico más contemporáneo
se vislumbra en obras como la Sonatina venezolana para piano o el Preludio
y Fuga para órgano, llegando incluso al contexto politonal en
obras como Diana para violín y piano. Armónicamente el
género vocal es más tradicional, mientras que el género
coral se caracteriza por su textura contrapuntística e imitativa.
A esto hay que agregar el carácter nacionalista que se palpa
en varias de sus obras.
Toda esta
diversidad no debe ser interpretada como desorden. En realidad cada
una de las obras fue abordada por Plaza de manera individual y, en algunos
casos influyeron en ellas circunstancias o planteamientos muy precisos,
como pueden ser el obedecer a razones espirituales y personales del
compositor (Vigilia y Elegía para orquesta de cuerdas y timbales),
planteamientos estéticos nacionalistas (las Fugas para cuerdas,
la Sonatina Venezolana y las Siete Canciones Venezolanas), criterios
pedagógicos (diversas obras corales, cánones para voces
iguales y piezas para piano) e incluso se encuentran partituras que
pudieran considerarse como búsquedas "experimentales"
cuando son analizadas en el marco de la obra en general.
Hay que
destacar el carácter nacionalista de muchas de sus obras profanas,
indistintamente del renglón al que pertenezcan. En cada uno de
los apartados se encuentran tanto piezas que obedecen al pensamiento
nacionalista como otras de carácter más universal. Sin
embargo, en muchos de los casos, son precisamente las de carácter
y estética nacionalista, las que más se han destacado
y por lo tanto las más importantes desde el punto de vista del
público. Por ejemplo, en Orquesta figuran Campanas de Pascua,
así como la Fuga Criolla y la Fuga Romántica; en Piano
se encuentran la Sonatina Venezolana y los Cuatro Ritmos de Danza; en
Canto y piano se encuentran las Siete Canciones Venezolanas; mientras
que la gran mayoría de las obras corales obedecen a los lineamientos
técnicos y estéticos de la llamada Escuela Madrigalista
de Santa Capilla enmarcada a su vez dentro del movimiento nacionalista
venezolano del siglo XX.
Su pensamiento
nacionalista se remonta a su juventud, cuando sintió inquietudes
sobre la utilización de nuestra música popular y folklórica
como fuente de inspiración para la composición de obras
de mayor vuelo artístico. Apenas se graduó de bachiller
escribió su primer artículo para la prensa que estuvo
dedicado a "Nuestra Música". Durante su viaje de estudio
a Roma siguió reflexionando sobre el asunto y exponiendo sus
ideas en algunas de las cartas que envió a Caracas. Al regresar
al país volvió insistentemente a abordar el tema reiteradas
veces en artículos de prensa, en la radio, en conferencias y
por supuesto en su círculo artístico. En la década
de 1920 y gracias a la presencia de otros jóvenes compositores
que compartían las mismas inquietudes, como Vicente Emilio Sojo,
José Antonio Calcaño, Moisés Moleiro, Juan Vicente
Lecuna y otros más, los planteamientos y las reflexiones encontraron
tierra fértil para que se consolidara la creación de movimiento
nacionalista en nuestro país.
De una
u otra manera, todos pusieron su grano de arena, sin embargo los aportes
más visibles fueron los de Vicente Emilio Sojo y Juan Bautista
Plaza. Salvo en sus obras corales y en el trabajo de recopilación
y armonización de 300 melodías populares venezolanas,
Sojo no aplicó las ideas nacionalistas a sus propias obras, sino
que se encargó de formar a toda una generación de nuevos
compositores que seguirían las sendas del Nacionalismo. Juan
Bautista Plaza, en cambio, si se dio a la tarea de implementar los planteamientos
nacionalistas en sus propias composiciones. Los resultados no se hicieron
esperar y varias de sus obras se han convertido en verdaderos hitos
que marcaron los primeros rumbos de la escuela nacionalista venezolana
del siglo XX.
Al
utilizar parte de este material se agradece citar la siguiente fuente:
Sangiorgi, Felipe. Vida y Obra del Maestro Juan Bautista Plaza.
CD-ROM. Fundación Juan Bautista Plaza, Caracas, 2002. |