I
HISTORIA GENERAL DE LA MÚSICA
Lección Inaugural (fragmentos)
[1]
El
conocimiento profundo de las bellas artes -de todas y de cada una en
particular- requiere, indispensablemente,
el previo conocimiento de su historia. Lo que para la ciencia es apenas
útil, se hace para el arte indispensable. Una obra científica no tiene,
en efecto, por qué ni para qué reflejar un determinado sello personal,
intransmisible, del hombre de ciencia que la produjo. No así la obra
de arte, cuyas variadas e intransferibles características se han intentado
definir en numerosos tratados de estética, siendo muchas también las
opciones que a tal respecto se han emitido, ya que cada quién, al juzgar
el arte, suele considerarlo desde un determinado punto de vista. Una
de tales características, acaso la más indiscutible, es justamente,
la que “toda obra de arte debe llevar la marca de una creación personal”.
Para comprender hasta qué cierto punto es esto cierto, dice el sociólogo
Hess: “basta considerar el hecho de que tal o cual obra de arte puede
ser reproducida en multitud de ejemplares. La reproducción si es mecánica,
puede ser perfecta: la fotografía de un cuatro, el vaciado de una estatua,
la reproducción de un grabado, los ejemplares impresos de una poesía,
etc. Y, desde el punto de vista técnico, algo crea, sin duda, esta reproducción;
artísticamente en cambio no crea nada”.
Lo
que constituye el valor estético de una obra es el “cachet” del artista,
la marca de su genio. De una persona a otra hay desemejanzas de capacidad
y de gusto que originan, de una obra a otra diferencias de arte; estas
diferencias se hacen más notorias entre aquél que es artista y el que
no lo es; entre un artista y otro permanecen, no obstante, sensibles
diferencias. Se requiere un mínimo de individualismo para que la obra
de arte aparezca.
En
la más libre de las sociedades puede así el arte hallar su desarrollo,
siempre que la fantasía individual logre fácilmente desplegarse. De
aquí que, por lo general, cuánto más halague a la multitud y celebre
con más entusiasmo su época, tanto menos artista será.
El
gran artista es casi siempre, un solitario, un incomprendido. Un Racine,
un Stendhal, un Beethoven, un Wagner, los impresionistas y, anteriormente
los pintores y escultores románticos, han conquistado a duras penas
el favor del público, o han muerto de miseria y de pesar. Llegará, sin
embargo, un momento en que su originalidad poderosa habrá conquistado
a la multitud; entonces todos se apresurarán a erigir en fórmula lo
que ellos habían aportado como inédito y el rebaño se levantará contra
nuevas formas de arte en nombre de lo que antes rechazaba cuando era
una innovación. Así pues, no hay obra de arte más que allí donde haya
libre espontaneidad, fantasía original o simplemente en una palabra:
creación. Vamos pues a comenzar el estudio de la historia de la música.
Y este estudio se reduce, en definitiva, a aprender a distinguir, entre
el número infinito de obras que forman el maravilloso tesoro de la humana
creación musical, aquellas características individuales o de escuela,
aquellas marcas, justamente de creación personal, que les han valido
su innegable trascendencia al haber tan dignamente merecido pasar a
la posteridad.
Hemos
de aprender a conocer a los músicos y a su música. Para lo cual, desde
luego, hemos de empezar por el principio.
¿El
principio de la música? Oscuro misterio. Acaso unos cuantos datos arqueológicos
-y un poco de imaginación- podrán ayudarnos a reconstruir aquel lejanísimo
pasado hasta darnos una idea bastante hipotética, por cierto, de lo
que debió ser, más o menos, la música de nuestros más remotos antepasados
y, sobre todo, de lo que ella debió representar en su primitiva existencia.
Y aquí también como acontece siempre que, descartadas las fría hipótesis,
se trata de averiguar el principio de todas las cosas humanas, será
la leyenda la que habrá de llevar la palabra, con toda su vaga y aromosa
poesía. Luego en el horizonte, allá en el lejano y milenario Oriente,
veremos aparecer la borrosa silueta de las primeras civilizaciones,
donde los primeros monumentos y las primeras fuentes escritas de verdadero
valor arqueológico, aprovechables para el historiador, habrán de arrojar
alguna luz sobre aquellos vagos comienzos de la música en el mundo.
Serán Egipto, Palestina, Mesopotamia, China, La India... policromo desfile
para entrar de lleno enseguida a la tierra madre de toda civilización
y de toda cultura -Grecia- de pequeñísima extensión territorial, más,
de vastedad espiritual inconmensurable. En Grecia comienza propiamente
a adquirir verdadera importancia la historia de la música.
A
partir de Grecia, bien podemos decir que casi no habremos de hallar
más que irradiaciones de su genio multiforme. Así, al pasar a Roma -la
Roma imperial y pagana- encontraremos el llamado arte greco-romano,
imitación o asimilación, no siempre eficaz y a menudo degenerada del
genio helénico.
Esa
misma Roma, sin embargo, es luego asiento de una nueva civilización.
Y, al iniciarse el período cristiano y la Edad Media, los nuevos hombres
que, surgidos de un rincón de Palestina, comienzan a esparcir su nueva
fe por todo el mundo, le pedirán al Oriente algo de aquella música con
que los hijos de Israel le cantaban alabanzas al Señor y también a Grecia,
la base teórica sobre la cual elaborarán sus cantos sagrados.
Para
el artista es indispensable el conocimiento de la historia del arte
que cultiva, pero para el músico lo es aún más.
La
mayoría de las personas que se dedican a estudiar la música lo hacen
para aprender a tocar un instrumento hasta poder ejecutar en él las
obras de los grandes compositores. ¿Pero, para esto basta sólo el conocimiento
del instrumento? No, la integridad artística, si cabe así decir, no
puede lograrse plenamente con el sólo estudio de la técnica instrumental
y la sola sumisión a los dictámenes del sentimiento personal. Hay que
vivir, en cierto modo, la obra que se ejecuta y se expresa, y para vivirla
hay que penetrar dentro de ella, conocer y aún amar su íntima belleza
y su íntima ideología. Una obra de arte, no es, como muchos se lo figuran,
el fruto de un simple capricho, de una inspiración pasajera. No, la
vida de su autor, sus ideales, el medio en que surgió y tantas obras
circunstancias están como latentes en su obra, como fundidas inconscientemente
en ella. En la creación de la obra musical es particularmente intensa
y notoria esa labor de colaboración de las diversas circunstancias,
ora internas, ora externas, que rodena al genio creador.
Con
estos párrafos creo haber explicado, con suficiente claridad, la importancia
que habrá de tener para todos ustedes el estudio de la historia de la
música, importancia que no me cansaré de hacerles observar cada vez
que la ocasión propicia se os ofrezca para ponerla de manifiesto.
No
quisiera terminar estas palabras inaugurales sin antes insinuarles algo
sobre la trascendencia cultural de un estudio como el que hemos de iniciar.
La historia de la música, como la historia del arte en general, nos
enseña conocimientos mucho más trascendentales aún, contribuyendo así
su estudio a ampliar notablemente los horizontes de nuestra cultura
general. Lo más hermoso que nos ofrece el estudio de la historia del
arte cualquiera, es su profunda enseñanza sobre los hombres, los pueblos
y las épocas.
Veremos,
por tanto, cómo la música que puede ser fruto del dolor como de la alegría,
es susceptible de plegarse a los caracteres de todos los tiempos. El
escritor francés, Romain Rolland, con esa noble y comunicativa exaltación
que pone siempre en su estilo al hablar de la música, observa cómo puede
ella, la música ser:
“Arquitectura de sonidos en ciertos pueblos arquitectos,
-valga la expresión- tales como los franco-flamencos de los siglos XV
y XVI; o bien dibujo, línea, melodía, belleza plástica, en los pueblos
que poseen el sentido y el culto de la forma, en los pueblos pintores
y escultores, como los italianos; poesía íntima, efusiones líricas,
meditación filosófica en los pueblos poetas y filósofos como los alemanes.
Se adapta a todas las condiciones de la sociedad. Es un arte de corte
galante y poético, bajo Francisco I y Carlos IX; un arte de fe y de
combate, con la Reforma; un arte de aparato y de orgullo principesco,
bajo Luis XIV; un arte de salón durante el siglo XVIII; al aproximarse
la Revolución se convierte en la expresión lírica de personalidades
revolucionarias; y será la voz de las sociedades democráticas del porvenir,
como lo fue de las sociedades aristocráticas del pasado. Ninguna fórmula
la encierra. Es el canto de los siglos y la flor de la historia; brota
sobre el dolor como sobre la alegría de la humanidad”.
Notas del Editor
Las fuentes de las diferentes citas que aparecen en este
trabajo no están indicadas en los originales.
1.- Este
primer capítulo es un resumen de la conferencia que Juan Bautista
Plaza ofreció en el Auditorio la Escuela de Música y Declamación
(Hoy Escuela José Ángel Lamas), en enero de 1931, que
sirvió para dar inicio formal a la recién creada Cátedra
de Historia de la Música, la primera de su estilo en Venezuela.
Plaza dirigió esta cátedra a lo largo de 31 años.
La conferencia fue publicada poco después aparentemente en su
forma integral, o por lo menos mucho más extensa de lo que apareció
en el libro Historia de la música. En esta sección se
dejó la versión reducida, sin embargo la versión
aparentemente completa se puede consultar en la sección de "Ensayos
y otros escritos" del CD-ROM Escritos completos de Juan Bautista
Plaza. Editor: Felipe Sangiorgi, Fundación Juan Bautista
Plaza, Caracas 2004, ISBN 980-12-0900-3 (aquí).
Las fuentes de las diferentes citas que aparecen en este
trabajo no están indicadas en los originales. Al respecto debe
tomarse en cuenta que este fue un trabajo originalmente destinado a
ser leído en público, por lo que el rigor de citar las
fuentes en pie de página no era relevante. [Regresar]
Al utilizar parte de este material se agradece citar la
siguiente fuente:
Plaza, Juan Bautista: Escritos Completos.
Compilador y editor Felipe Sangiorgi. CDROM. Fundación Juan Bautista
Plaza, Caracas, 2004
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