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Historia de la Música

Juan Bautista Plaza

XX

LUDWIG VAN BEETHOVEN

Su vida
Su obra
Música sinfónica
Música para piano
Los conciertos
Música de cámara
Música dramática
La Missa Solemnis
Lugar que ocupa Beethoven en la historia musical

Su vida

Ludwig van Beethoven nació en Bonn (cerca de Colonia, a orillas del Rhin) el 16 de diciembre de 1770. Su abuelo, de origen flamenco (nacido en Malines), se había establecido en Bonn, donde ejerció el cargo de maestro de capilla del Príncipe Elector. El hijo de éste, Johann, se había casado con la viuda de un ayuda de cámara del Elector de Treviso, mujer de muy modesto origen, de la que tuvo siete hijos, el segundo de los cuales fue Ludwig, el gran músico. Johann, músico también, era tenor de la misma capilla y tenía cierto talento de violinista, mas, perezoso y disipado, no tardó en entregarse por completo a la bebida. Habiendo notado las extraordinarias dotes musicales del pequeño Ludwig, quiso explotar su talento precoz forzándolo a estudiar más de lo necesario. Así se explica que a la edad de once años Beethoven ejecutara ya en la orquesta del teatro, y a los trece era organista y publicaba tres sonatas. Por esta época el incipiente compositor tuvo la suerte de recibir lecciones de Neefe, buen músico, quien le hizo estudiar el Clave bien temperado de Johann Sebastian Bach, las sonatas de Carl Philipp Emanuel Bach y las del Muzio Clementi. Fue bajo la influencia de estos autores como empezó a formarse el estilo de Beethoven.

En 1787 partió para Viena donde conoció a Mozart, quien, habiéndole oído improvisar, le pronosticó un brillante porvenir. Debido a la muerte de su madre, tuvo Beethoven que regresar poco tiempo después a Bonn, donde se hizo cargo de la familia hasta la muerte de su padre (1792). Por esta época conoció en Bonn a las familias Breuning y Waldstein, con las cuales trabó una amistad que conservó por toda la vida.

En 1792 Beethoven fue enviado a Viena por el Príncipe Elector para proseguir sus estudios musicales. A partir de esta fecha el compositor se radicó definitivamente en aquella ciudad donde encontró amigos como el Príncipe Lichnowsky y otros miembros de la aristocracia vienesa que lo protegieron y estimularon en su carrera. Al principio, Beethoven se dio a conocer principalmente como pianista; su ejecución, tan personal, era motivo de sorpresa para todos. Entre los maestros con quienes estudió composición en Viena se cuentan Haydn y Albrechtsberger. El primero se mostró algo intolerante con los atrevimientos musicales del discípulo y el segundo lo adiestró principalmente en el contrapunto. Salieri, por su parte, lo inició en el estilo dramático y en la escritura vocal. Fue en los salones vieneses donde Beethoven obtuvo sus primeros triunfos, luciéndose ya como improvisador, ya como ejecutante de sus propias obras (sonatas, tríos, etc.). En 1800 se dio a conocer del gran público estrenando un Concierto de piano y su Primera Sinfonía, obras con las que obtuvo un gran éxito, no obstante algunas duras críticas que se le hicieron.

Contaba Beethoven 28 años de edad cuando comenzaron a manifestarse los primeros síntomas de una sordera que con el tiempo llegó a hacerse total. A esta desgracia se añade, en 1802, su desengaño amoroso con la condesa Giulietta Guicciardi, a quien le dedicó su célebre Sonata “Quasi una fantasía”, opus 27 Nº 2 (“Claro de luna”). Tales desdichas se reflejan en un célebre documento conocido con el nombre de Testamento de Heiligenstadt, doloroso grito del hombre que clama impotente ante el destino. El compositor, no obstante, logra sobreponerse y produce en aquel mismo año su Segunda Sinfonía.

En 1804 fue compuesta la Tercera Sinfonía (“Heroica”), obra de capital importancia con la que inaugura Beethoven un nuevo ciclo de obras maestras que se extiende hasta el año de 1815. Es este el período más fecundo de la producción beethoveniana, entre cuyas obras más importantes se cuentan las sinfonías desde la 3ª hasta la 8ª, la ópera Fidelio, los Conciertos de piano Nº 4 y 5, el Concierto de violín, las oberturas Coriolano, Egmont, Fidelio y las tres Leonora, los cinco Cuartetos de cuerda desde la opus 9 hasta la 95, las 16 sonatas para piano desde la opus 26 hasta la 90, etc. Durante algunos años pudo trabajar con bastante independencia gracias a la ayuda económica que le prestaron sus amigos de la aristocracia vienesa. Muchas anécdotas y episodios sentimentales datan de aquellos años. Se enamora profundamente de la condesa Teresa de Brunswick y hasta aspira a casarse con ella; entabla amistad con Goethe y con la inteligente amiga de éste, Bettina Brentano, quien siente por el compositor una ilimitada admiración. Lamentablemente, su sordera, entre tanto, va empeorando día a día, lo que contribuye en gran parte a amargarle el carácter y a tomarle huraño.

En 1815 comienza un período de grandes penalidades en la vida de Beethoven. Por haber quedado su sobrino Carlos huérfano de padre, se hace cargo de la educación de aquél, contra la voluntad de la madre, lo que acarrea un largo pleito judicial que duró varios años. Todo ello contribuye a empeorar su salud, tanto más cuanto que el sobrino tiene tan mal carácter que termina por convertirse en una carga muy pesada para el compositor. Con todo, sigue Beethoven produciendo obras cada vez más profundas y trascendentales, como son la Missa Solemnis, terminada en 1823 y la Novena Sinfonía, el año siguiente. Beethoven dirige esta última obra el día de su estreno, pero no oye ni la ejecución ni los aplausos.

En 1826, agobiado por tantas luchas y sufrimientos, la salud de Beethoven se ha vuelto ya muy precaria. Logra, sin embargo, terminar sus últimos cuartetos y hasta abriga el propósito de componer una décima sinfonía. En la primavera del año siguiente, a consecuencia de una pulmonía que contrajo y del mal de la hidropesía de que venía padeciendo, las fuerzas le abandonaron definitivamente. En medio de una tormenta de granizo que se desataba sobre Viena, falleció el 26 de marzo de 1827. Millares de personas asistieron a sus funerales.

Su obra

Beethoven escribió música para todos los géneros, pero se destacó principalmente como sinfonista y como compositor de música de cámara. Su producción musical suele dividirse, según la clasificación establecida por Lenz, en períodos o estilos. El primer período abarca desde 1793 hasta los primeros años del siglo XIX, y comprende, entre otras obras de importancia: las Sonatas para piano, del opus 2 al 14; los tres Tríos opus 1; los seis Cuartetos opus 18; los tres primeros Conciertos de piano (opus 19, 21 y 37) y las dos primeras Sinfonías. Se caracteriza este período por la sujeción más o menos estricta a los moldes clásicos legados por sus predecesores. El segundo período abarca desde el año 1804 aproximadamente hasta 1815, y comprende: las sonatas para piano desde el opus 22 al 81; los Tríos opus 70 y opus 97; los Cuartetos opus 59 al opus 95; los dos últimos Conciertos de piano; el Concierto de violín, opus 61; las Sonatas para violín y piano opus 47 (Kreutzer) y op. 96; las Sinfonías de la 3ª a la 8ª, la ópera Fidelio y las oberturas Egmont, Coriolano, Leonora y otras. Es el período más fecundo de Beethoven y en el que se revela plenamente la originalidad de su genio creador. El tercer período abarca desde 1815 hasta 1827, y comprende: las Sonatas para piano del opus 90 al opus 111; los cinco últimos Cuartetos (opus 127 al 135); la Novena Sinfonía y la Missa Solemnis. En estas últimas obras la música del maestro alcanza una elevación espiritual y una riqueza de contenido y de forma hasta entonces insospechadas.

Música sinfónica

Comprende en primer lugar sus nueve sinfonías, la mayoría de las cuales son obras de gigantescas proporciones y de gran belleza y perfección formal. En estas obras Beethoven traduce siempre los sentimientos más nobles de su alma. Así, en la Sinfonía Nº 3, “Heroica” (completada en 1804) nos expresa su entusiasmo por Bonaparte y la Revolución (primitivamente esta obra fue titulada “Sinfonía Bonaparte”, mas, cuando Beethoven supo que Napoleón se había hecho coronar Emperador, borró el título decepcionado, y escribió en su lugar: “Sinfonía compuesta para celebrar el recuerdo de un gran hombre”). Su efímera dicha de sentirse momentáneamente amado se traduce en el lirismo de la Cuarta Sinfonía; su victoria sobre el Destino en la poderosa y celebérrima Quinta Sinfonía, considerada como su obra maestra en el género. A la Naturaleza, tan amada por él, le consagró también una Sinfonía, la Sexta -Sinfonía Pastoral- cada uno de cuyos movimientos lleva un título que indica, a manera de programa, los sentimientos o cuadros que los ha inspirado. La Séptima Sinfonía ha sido llamada por Wagner “la apoteosis de la danza” y es de un dinamismo y de una alegría desbordantes. En la Novena Sinfonía, por último, Beethoven introduce el coro en la última parte, poniendo en música la Oda a la Alegría, de Schiller. Es ésta la obra más grandiosa de Beethoven y la que mayormente contribuyó a inspirar a Wagner para su concepción del Drama musical.

Beethoven agrandó el marco de la sinfonía, modificó el plan de algunas de sus partes y sustituyó el Minué por el Scherzo, alejándose a menudo de las reglas establecidas por el usó. Así, en la Quinta Sinfonía y en la Pastoral, el Scherzo se encadena sin interrupción al final. El desarrollo temático adquiere proporciones colosales y en cuanto a la instrumentación, es de una riqueza desconocida por los sinfonistas precedentes, no tanto por el uso que hace Beethoven de timbres nuevos, cuanto por la hábil combinación de los mismos, de donde resultan sonoridades nuevas que le comunican una gran fuerza de ex presión a los distintos temas.

Pertenecen también a la obra sinfónica de Beethoven algunas magistrales oberturas, tales como las de Coriolano, Egmont y las que compuso para la ópera Fidelio, en número de cuatro, tres de las cuales llevan el nombre de Leonora. Estas oberturas representan una nueva modalidad en dicho género y anuncian o preparan el camino del futuro poema sinfónico cuyo desarrollo alcanzó grandes proporciones en el siglo XIX.

Música para piano

Con Beethoven empieza el verdadero reinado del piano, instrumento en el que supo hallar recursos más conformes con su temperamento, sus aspiraciones y el estilo que le es característico. Beethoven aceptó la forma de la sonata clásica, tal como la recibió de manos de Haydn y de Mozart, pero la modificó profundamente, tanto en su estructura como en su contenido y espíritu, ya que la despojó de todo dogmatismo, dándole en cambio una gran elocuencia y comunicándole un profundo lirismo o bien una extraordinaria dramaticidad. Sobre 32 sonatas que compuso, algunas ostentan cuatro movimientos; otras tres movimientos; a veces falta el minué o el scherzo; a veces, el adagio; incluso las hay que sólo constan de dos movimientos y, en una de ellas, se da el caso de que falta el trozo inicial en la clásica forma-sonata. Por otra parte, Beethoven emplea con gran libertad las relaciones de tonalidad entre los diferentes movimientos de una misma sonata y aún entre los diversos motivos de un mismo movimiento.

Las tres primeras sonatas (opus 2) que publicó Beethoven están dedicadas a Haydn. A pesar de pertenecer a su primera época ya se observan en ellas detalles de estilo y de forma que revelan la fuerte personalidad de su autor. Cronológicamente, la sonata que sigue en importancia es la Patética (opus 13), compuesta en 1798 y cuyo principal interés radica en su arquitectura, de forma cíclica, y en sus marcados contrastes expresivos. Siguen, de 1801 a 1815, una serie de sonatas en las que el genio del compositor se va independizando cada vez más de los viejos modelos. Las más célebres de estas obras pianísticas son: La Sonata en Do sostenido menor, “quasi una fantasia” (opus 27 Nº 2), conocida más generalmente bajo el nombre de “Claro de luna”; la Sonata Pastoral (opus 28); la Sonata Appassionata (opus 57), una de las más hermosas y originales creaciones de Beethovert; la Sonata “Waldstein”, también llamada “La Aurora” (opus 53), de sorprendente originalidad; la Sonata “El adiós, la ausencia y el retorno” (opus 81 A) de forma también muy nueva. En cuanto a las últimas sonatas, pertenecientes a la tercera época o estilo, ellas son: la opus 90, la opus 101, la opus 106, la opus 110 y opus 111. En ellas Beethoven llega a prescindir casi por completo del plan tradicional; en su construcción sólo lo guía el sentimiento íntimo, por lo que resultan casi todas de una arquitectura muy compleja. Entre otras innovaciones, Beethoven introduce la Fuga, que casi había desaparecido desde los tiempos de Bach. Además, en el desarrollo de los temas hace uso con especial insistencia de la gran variación. Estas sonatas son las más difíciles de ejecutar y de interpretar; están íntegramente ligadas al estado de ánimo del músico en el momento de escribirlas.

Para piano compuso Beethoven muchas otras piezas de menores proporciones, tales como bagatelas, variaciones sobre diferentes temas, propios y ajenos, marchas, etc. De estas obras, la más extensa y elaborada son las monumentales 33 Variaciones sobre un Vals de Diabelli en las que el maestro demuestra el más absoluto dominio de la técnica pianística y del arte de variar un tema dado.

Los conciertos

Los conciertos para piano son en número de cinco No se muestra Beethoven en este género tan innovador como en sus sonatas, ya que por lo general se limita a seguir las huellas de sus predecesores. Los Conciertos más hermosos son: el Nº 4 en Sol mayor (opus 58) y el Nº 5 en Mi bemol (opus 73 “Emperador”). El Concierto Nº 3 en Do menor (opus 37) es igualmente muy célebre por la frescura de su inspiración y la belleza de sus temas musicales.

El único Concierto para violín que nos legó Beethoven es una de sus obras maestras. Por su sostenida inspiración, así como por su perfección técnica, este concierto ha alcanzado gran celebridad y figura en el repertorio de todos los grandes violinistas.

Música de cámara

Comprende en primer lugar los Cuartetos. Beethoven dejó 16 Cuartetos de cuerda y una Gran Fuga para el mismo conjunto de cámara. Hay en estas obras un progreso análogo al que se observa en sus sonatas. Se nota en ellas cómo se afirma cada vez más la intensa expresividad de la melodía aunada a una creciente libertad en los desarrollos temáticos y en la forma, hasta el punto de que los últimos cuartetos, que son posteriores a las últimas sonatas, sobrepasan a éstas en complejidades de toda índole. La naturaleza propia de los instrumentos integrantes del cuarteto le permite a Beethoven darle a la polifonía una riqueza y una independencia mucho mayores que la que usaron sus predecesores y aún la que empleó él mismo en sus obras de piano o en sus sinfonías. Los seis primeros cuartetos (opus 18), dedicados al Príncipe Lobkowitz, constituyen una familia homogénea, con un carácter común. Salvo algunos rasgos personales, puede, decirse que están escritos a la manera de Haydn y de Mozart; son obras algo superficiales, aunque agradables de escuchar. Los tres cuartetos siguientes (opus 59), son de 1806. Dedicados al Príncipe Rasumovsky, son muy superiores y constituyen obras características del gran período creador en que fueron compuestos. El poder sonoro de los cuatro instrumentos alcanza en ellos una gran intensidad. Los dos cuartetos siguientes, opus 74 y opus 95, son todavía más ricos y más libres. Se muestra en ellos Beethoven totalmente independiente de la influencia de sus predecesores. Un intervalo de catorce años (1810-1824) separa estos cuartetos de los cinco últimos. Se distinguen éstos de todos los anteriores por encerrar la más absoluta afirmación de la individualidad de su autor. El esfuerzo por profundizar y analizar, el cuidado de apurar hasta el extremo la melancolía o la alegría, los marca Beethoven merced al uso cada vez más frecuente que hace de la “gran variación” y también por la extremada multiplicidad de los temas. Ya no existen aquí “primero” ni “segundo” temas, ni períodos de transición, etc. Todo canta, todo habla, como en un supremo impulso por hacer inteligible la más íntima emoción musicalmente revelada. En algunos de ellos aparecen indicaciones expresivas muy especiales y hasta títulos significativos, como el del Adagio del Cuarteto Nº 15, que dice: “Canto de agradecimiento en modo lírico ofrecido a la Divinidad por un enfermo que ha sido curado”.

Pertenecen también a la música de cámara de Beethoven sus Tríos, unos para violín, viola y cello y otros (los mejores) para violín, violoncello y piano. También los hay para instrumentos de viento. En estas obras Beethoven no se muestra tan innovador como en sus cuartetos; conserva por lo general la forma clásica y es menos profundo que en el resto de su obra. El más célebre de los Tríos con piano es el opus 97 en Si bemol, dedicado al Archiduque Rodolfo. Por último, Beethoven compuso 10 Sonatas para violín y piano, obras que no tienen la importancia que ofrece la producción pianística o sinfónica del maestro.

Música dramática

Beethoven no escribió sino una ópera: Fidelio, compuesta en 1803 bajo el nombre de Leonora, y corregida definitivamente en 1814. Para esta ópera escribió Beethoven cuatro oberturas. Ha sido muy criticado el libreto de Fidelio, pues no tiene mucho interés escénico. Es la historia inverosímil de una esposa heroica que, gracias a su disfraz, salva de la cárcel a su marido, injustamente condenado. El asunto es una glorificación del amor conyugal. Su primera representación fue recibida con mucha frialdad. Cuando se la volvió a representar, reformada, en 1814, obtuvo bastante éxito. Notables son en esta la partitura; la gran aria de Leonora, el dúo de amor y el trozo final, de colosal arquitectura, digna de la 9º Sinfonía. Liszt y Wagner proclamaron esta ópera como la obra capital del drama lírico moderno.

La Missa Solemnis

Ocupa un lugar especial en la producción beethoveniana y en la historia general de la música religiosa. Concebida como obra de circunstancias (para celebrar la exaltación del Archiduque Rodolfo a la silla arzobispal de Olmütz) la Missa Solemnis o Missa en Re no llegó a cumplir su misión por no haberla concluido su autor sino tres años después de aquella ceremonia. Escrita de 1818 a 1822, Beethoven tardó tanto en componerla por haber querido poner en ella toda su alma. La Misa está escrita para gran orquesta, órgano y coro a 4 voces, al que se une un cuarteto vocal. El elemento dramático o descriptivo reviste mucha importancia. El sentido de las palabras determina el aspecto melódico o rítmico de las frases y hasta la forma misma de cada trozo. Hay asimismo varios interludios sinfónicos, entre los que sobresale el que precede al “Benedictus”. En la composición de esta misa Beethoven se ha separado resueltamente de toda preocupación litúrgica, de todo formalismo ritual. Lo que impera por lo general es un lirismo muy romántico, sobre todo en el “Agnus Dei”. La interpretación de los símbolos religiosos expresados en el texto no se adapta en absoluto a las exigencias litúrgicas, como lo demuestra, entre otras cosas, la intervención de una fanfarria guerrera o de un allegretto pastoril en el “Agnus Dei”. Aunque de inspiración profundamente religiosa, esta Misa, por sus proporciones colosales y la libertad de su forma, es más para ser escuchada en una sala de conciertos que no en un templo.

Lugar que ocupa Beethoven en la historia musical

Beethoven marca el paso de la época clásica a la época romántica. Su influencia durante todo el siglo XIX ha sido enorme. Mendelssohn, Schumann, Liszt, Berlioz, Brahms y Wagner pueden considerarse como discípulos más o menos directos del autor de la Novena Sinfonía. Unos han considerado en él ante todo el principio clásico de autoridad; otros, el de libertad, o sea, su Romanticismo. Por todo lo cual Beethoven es, sin lugar a dudas, una de las figuras más representativas y uno de los músicos más grandes de la historia musical, de todos los tiempos.

 

Notas del Editor

Las fuentes de las diferentes citas que aparecen en este trabajo no están indicadas en los originales.

 

Al utilizar parte de este material se agradece citar la siguiente fuente:

Plaza, Juan Bautista: Escritos Completos. Compilador y editor Felipe Sangiorgi. CDROM. Fundación Juan Bautista Plaza, Caracas, 2004

 
 
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