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El Lenguaje de la Música
(Lecciones populares sobre música)

Juan Bautista Plaza

XXIX
El alma infantil y el mundo de leyenda en el impresionismo musical. The children's corner, de Debussy y Ma mere l'oir, de Ravel

No hay que creer que toda la música moderna de tipo impresionista se inspira únicamente en temas provenientes del folklore nacional. Hay multitud de obras de género evocativo en cuya concepción no se advierte la más mínima influencia de un determinado ambiente regional. En estas obras, el compositor, si bien se muestra también impresionista, busca dentro de sí mismo, con delicada sensibilidad, los temas que habrán de servirle para realizar su música. Este mundo de la sensibilidad es, como bien se comprende, infinito. De aquí la variedad de asuntos, más o menos íntimos, que pueden ser traducidos musicalmente por el artista.

Para dar una idea de lo que es este impresionismo musical, tan de moda entre los compositores de finales del siglo XIX y principios del XX, escogeremos uno de los temas que han sido tratados con más delicadeza por algunos grandes compositores de la época. Es el tema de la infancia, o mejor dicho, del alma infantil, tema de inagotable poesía. Es un hecho singular el que los artistas se muestran cada vez más sensibles a esa candorosa poesía que sentimos emanar del alma infantil, cada vez que nos acercamos a ella con espíritu comprensivo. En tiempos pasados, los músicos y poetas no solían prestarle tanta atención al niño, considerado como tema de inspiración artística. Existe ciertamente una cantidad de obras infantiles, de piececitas para niños, concebidas en un estilo sumamente sencillo. Pero todo este repertorio tiene en cierto modo un fin utilitario y, considerado desde un punto de vista exclusivamente artístico, resulta por lo general demasiado pueril y, por lo tanto, sin interés alguno. Son piezas para los niños, compuestas con la intención y el deseo de agradar a los niños, pero no obras, obras de valor artístico, en las cuales, trate el compositor de traducir las emociones que en él despierta la contemplación del alma infantil con todos sus enigmas, sus ensueños, sus preocupaciones. No hay, pues, que confundir la música infantil, con la música inspirada por la infancia. Es a esta última a la que queremos referirnos, presentándola como uno de los aspectos más bellos e interesantes que ofrece la música moderna.

Robert Schumann fue, en el siglo XIX, el primer músico que supo encontrar en el niño ricos motivos de inspiración. Su famosa colección para piano titulada Escenas de niños, son de indiscutible valor artístico. En ellas, Schumann se muestra verdaderamente como un emocionado confidente de los ensueños de la infancia. Lo mismo cabe decir del compositor ruso Mussorgsky, cuyas Escenas infantiles, para canto y piano, es una de las obras más originales, inspirada por la infancia. Pero, puesto que hemos de limitarnos a principios del siglo XX, omitiremos por el momento la audición de las referidas obras de Schumann y de Mussorgsky y nos dedicaremos a comentar las pequeñas piezas que hemos seleccionado como ejemplos, piezas pertenecientes al repertorio de la música contemporánea. Son éstas las que, agrupadas bajo el título de El rincón de los niños, compusiera para su hijita el gran músico francés Claude Debussy. Alfred Cortot, cuyos comentarios juzgamos dignos de ser conocidos, opinó que esta serie de piezas para piano —seis en total— es “una de las joyas más seductoras de la literatura pianística de nuestro tiempo”. La primera pieza lleva un título pleno de humorismo: “Doctor Gradus ad Parnassum”.

Gradus ad Parnassum es el nombre de una colección de ejercicios didácticos para piano compuestos por el célebre pianista Muzio Clementi. Desde los primeros compases de la pieza de Debussy, tenemos, dice Cortot, la encantadora visión del niño sentado al piano; asistimos a su lucha cándida, desigual y resignada contra las monótonas complicaciones del pérfido Clementi, a las que alude el dibujo melódico inicial, tomado de los célebres ejercicios. ¡Qué fastidio; qué de desencantos; qué de distracciones! Y ya hacia el fin, ¡qué irresistible impulso hacia la reconquistada libertad!

La segunda pieza se titula: “Canción de cuna de Jumbo”. Jumbo es un elefante de fieltro, demasiado grande para los brazos que lo mecen. La infantil protagonista de esta encantadora fantasía debussyana sueña, despierta, ese prodigioso sueño interior de la infancia, más intenso que la realidad. Al final de la escena, ¿quién se duerme? ¿Es el niño o el juguete? Tal vez los dos, termina diciendo Cortot.

Siguen la “Serenata a la muñeca” y la “Danza de la nieve”. La primera no requiere comentarios; es una de las piezas de esta serie en la que mejor ha sido captada por el compositor la gracia y el candor infantiles. En cuanto a la “Danza de la nieve”’, he aquí cómo la comenta Cortot: “Es —dice— un placer melancólico mirar desde el tibio aposento con el rostro pegado a la ventana, la indolente caída de los copos de nieve. Pero, ¿qué se han hecho los pájaros y las flores? Y el sol, ¿cuándo relucirá nuevamente?” En oposición a la anterior serenata, esta “Danza de la nieve” tiene un carácter más bien íntimo, contemplativo, ensoñador.

“El Pastorcito”, que así se llama el número siguiente, no es más que una ingenua figurita de madera, olorosa a barniz y a resina, que el niño acaba de extraer de su caja, en compañía de un diminuto rebaño de cándidas ovejitas. ¡Qué agreste poesía hay en todo ello; qué de recuerdos lejanos. Este “Pastorcito” es una de las más finas joyas del arte debussyano. El “Golliwog’s Cake-Walk” que le sigue, y con el cual termina esta serie de El rincón de los niños, es el más humorístico de todos los números. En una lección anterior tuvimos ocasión de mencionar esta graciosa piececita. Fue cuando tratamos de los aires de danzas. Dijimos entonces que “Cake-Walk” significa algo así como “Danza de la torta” y que es un aire típico de ciertos negros norteamericanos, de ritmo algo caprichoso y como entrecortado. Es de admirarse la manera tan fina cómo ha logrado Debussy espiritualizar un ritmo de danza tan común.


Claude Debussy, compositor francés
(Saint-Germain-En-Laye, 1862 - París, 1918)

Ejemplo musical:
(audio disponible solo en la versión en CDROM)
The children’s corner (El rincón de los niños), de Claude Debussy.

No son muchos los compositores modernos que han logrado traducir musicalmente con tanta delicadeza sus impresiones del alma infantil. Debussy nos ha dejado en esta serie de El rincón de los niños un modelo exquisito de evocación sonora realizada con medios de extraordinaria sencillez.

En otra obra, también moderna, podemos contemplar un nuevo aspecto del tema que venimos comentando. Esta vez no se trata de evocar la poesía y el candor del alma infantil, como lo ha hecho Debussy, sino ese mundo de fantasía y de leyenda dentro del cual vive tan espontáneamente el niño. Nos referimos al país de los cuentos de hadas, cuya sugerencia musical ha sido realizada magistralmente por Mauricio Ravel en su colección de piezas tituladas Ma mère I’oie (Mi madre la oca) . La colección originalmente compuesta para piano a cuatro manos e instrumentada más tarde y transformada en ballet por el mismo Ravel, consta de cinco piezas, en las que el compositor sugiere el ambiente poético de algunos célebres cuentos de hadas. La primera de estas miniaturas musicales se refiere al cuento de Pulgarcito. Es deliciosa la manera cómo evoca Ravel el ambiente del legendario bosque, las andanzas de Pulgarcito, sus angustias, y hasta sus silbidos ahogados casi en medio del rumor de los pájaros.

Otro interesante número de Ma mère l’oie, es la “Plática entre la bella y la bestia”. El tema de la bella —creemos que se trata de la bella durmiente del bosque— es un motivo de vals, ejecutado por un clarinete; la aparición de la bestia la notamos en seguida: el contrafagote se encarga de describírnosla. La bestia, naturalmente, no tarda en convertirse en príncipe, metamorfosis que nos anuncia el canto melodioso de un violín.


Maurice Ravel, compositor francés
(Ciboure, 1875 - París, 1937)

Ejemplo musical:
(audio disponible solo en la versión en CDROM)
Ma mère l’oie (Mi madre la oca), de Maurice Ravel.

 

Notas del Editor

Las fuentes de las diferentes citas que aparecen en este trabajo no están indicadas en los originales.

 

Al utilizar parte de este material se agradece citar la siguiente fuente:

Plaza, Juan Bautista: Escritos Completos. Compilador y editor Felipe Sangiorgi. CDROM. Fundación Juan Bautista Plaza, Caracas, 2004

 
 
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